San Pedro y San Pablo

Muchos infieles desconocen la importancia de San Pedro y San Pablo y los confunden con otro Pedro y otro Pablo

La Iglesia católica celebró ayer, 29 de junio, la festividad de San Pedro y San Pablo. Son dos pilares de la fe. Cada uno con sus características, tan distintas, pero complementarias. Por eso, la fiesta se celebra a dúo, y parecen inseparables. Como la gente de ahora apenas estudia la historia sagrada, muchos infieles desconocen la importancia de San Pedro y San Pablo, y los confunden con otro Pedro y otro Pablo. Los nombres no surgen por casualidad, y si alguien se llama Lenin, Tigre, Gaga (o esos nombres raros que ponen para fastidiar a las criaturas) no es lo mismo que si te llamas Pedro o Pablo. Porque algo del santo siempre se queda, aunque sea poco.

El verdadero Pedro aprendió después de que el gallo cantara tres veces. Después de las tres negaciones, del tercer no es no, al tercer kikirikí, lo entendió perfectamente. Entonces lloró y se convirtió en la primera piedra sobre la que asentar la fidelidad. A Pedro se le ha presentado como impulsivo. Primero actuaba y después reflexionaba.

El Pedro de ahora, el señor Sánchez, ha practicado las negaciones laicas del no es no. Su problema es que va por el segundo kikirikí. Incluso amenaza con elecciones para evitar el tercer aviso y que no envíen la Investidura al corral de La Moncloa. A este Pedro ya le cantó la gallina, que se llamaba Susana. Pero volverá a negar. A veces parece que se llama Judas, por las amistades que tiene. Es un Pedro que no termina de reconstruir la piedra angular del PSOE.

El verdadero Pablo se dedicaba a perseguir cristianos, como tantos. Hasta que se cayó del caballo en el camino de Damasco y se hizo más cristiano que nadie. Con eso se demuestra que caerse del caballo, de vez en cuando, te puede ayudar a descubrir tu verdadero destino. Después se dedicó a extender la fe, para lo que escribió cartas. Entre otros, a los corintios, los gálatas, los tesalonicenses, los romanos, los efesios, los filipenses… Y a Tito, Timoteo o Filemón.

En la política española hay dos Pablos. Uno está buscando su lugar en el mundo y el otro ya lo ha encontrado en su chalé. Pablo el del chalé no se ha caído del caballo, pero se ha tirado a la piscina y trata de pacificar a sus mareas: a los madrileños, los catalanes, los gallegos, los valencianos, los andaluces de Teresa y Kichi, que serían como Timotea y Filemón... La desgracia de este Pablo es que él quiere ser, de mayor, el papa ateo de España, pero Pedro no lo nombra cardenal. Por eso, no hay fumata blanca. Pedro y Pablo culpan a la derecha, que es como Satanás y sólo sirve para enredar.

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