Sánchez, de nuevo en La Moncloa

Errático y peregrinante anda el inefable, hombre de buena estrella, acostumbrado a levantarse del político sepulcro

Van a cumplirse cien días desde que los ciudadanos acudimos a depositar nuestro voto para elegir a los nuevos miembros del Parlamento Nacional. Cien días que han transcurrido sin que se haya podido determinar aún quien ha de ser nuevo Jefe del Ejecutivo y éste nombre a los también nuevos miembros del Gobierno.

No ha sido un récord, una marca para recordar en el libro de los Guinnes. Los belgas, recuérdese, estuvieron más de quinientas jornadas sin un gobierno titular y, curiosamente, en aquel país crecieron las cifras de la macroeconomía y descendieron los indicadores del desempleo. Contrariamente a lo que aquí sucede en lo segundo, aunque la economía española no decrezca y no haya perspectivas de que ello suceda en los próximos dos años. Las cifras del paro sí suben.

Los electores, que en general han expresado una especie de huida del llamado bipartidismo, han micronizado el voto de forma tal que, sabiéndose cómo somos los españoles, han hecho poco menos que imposible llegar a acuerdos mínimos para elegir a un presidente de Gobierno y, por ende, un gabinete ministerial. País sin gobierno, a estas alturas, en que hemos sufrido las que fueron precampaña y campaña electoral, así como la infinidad de discursos parlamentarios, en primera y segunda vuelta de investidura, para llegar de nuevo al punto de partida, como si todo pareciese fruto de una maldición medieval del juego de la Oca. Todo contribuye a incrementar el descrédito de la clase política entre la sufrida ciudadanía que, a estas alturas, lejos de ser castigada con una nueva convocatoria a las urnas, con todo lo que de precampaña y campaña conllevaría, es mucho más merecedora de un claro ejercicio de responsabilidad, generosidad y verdadero espíritu de servicio por parte de los políticos -todos- que, para mayor escándalo general, bien que se han preocupado, muy mucho, de aprobar todas aquellas normas y reglamentos y constitución de comisiones parlamentarias, que de nada han servido hasta ahora, excepto para que los electos puedan cobrar sus nóminas mensuales, con todas sus dietas y otros emolumentos que económicamente los distingue -y bastante- del resto de la silenciosa ciudadanía.

Mientras, errático y peregrinante anda el inefable Pedro Sánchez, hombre de buena estrella, bendecido de los cielos o nueva ave fénix, según creencias, acostumbrado a resurgir de sus propias cenizas y levantarse del político sepulcro, en el que lo quisieron enterrar los suyos -con epitafio de la izquierda y todo- y aún los suyos siguen en el empeño. ¡Éste llega de nuevo a La Moncloa, al tiempo! ¿O no?

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