Quousque tamdem

Luis Chacón

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Sangre vienesa

Uvas aparte, el Año Nuevo empieza cuando se apagan los últimos acordes de la Marcha Radetzky

Si usted no tiene mañana una cita ineludible en Viena, debería revisar su agenda y hacer lo imposible por acudir. Aunque sea desde el salón de casa y acuda en pijama y bata. No creo que nadie se lo afee. Mañana, como cada primero de enero, el Te Deum de Charpentier dará paso a un plano cenital que nos mostrará la espectacular belleza de la Goldener Saal de la Musikverein de Viena, adornada exquisitamente para la ocasión. Y a partir de ese momento, cada uno de los elegantes acordes de la Filarmónica nos llevará al corazón el pálpito de este continente que ha hecho al mundo tal y como lo conocemos. Durante dos horas podremos celebrar la universalidad de la civilización occidental que aúna la tradición judeo-cristiana con la greco-latina y que, con todas sus luces y sombras, nos ha dado la democracia, la libertad individual, la igualdad, el imperio de la ley, el estado de bienestar y todos aquellos valores en los que creemos. O decimos creer. Que con algunos, nunca se sabe.

La Europa Unida no es más que la última plasmación de Roma. La anterior fue el Imperio de los Habsburgo al que asesinaron, vilmente y por la espalda, los nacionalismos excluyentes que se obsesionaron por remarcar las diferencias con el vecino, obviando que las similitudes eran infinitas y que lo que nos une es muchísimo más, y más importante que lo que nos separa. La Viena de Francisco José, el Emperador que se dirigió a la nación en 1914 con un Manifiesto que se encabezaba con la expresión "A mis pueblos", fue la auténtica personificación de ese equilibrio inestable de un imperio que se extendía por media Europa y en el que cabían todas las razas, idiomas y religiones. La Félix Austria que permanece en duermevela en la Cripta de los Capuchinos de Joseph Roth y que tan bien retrató Stefan Zweig en "El mundo de ayer". Pues, sin olvidar sus defectos, añora su ideal de progreso y la ferviente fe en el ser humano que nunca debería abandonarnos. Roma, los imperios español y portugués, la Francia de las luces, el Londres victoriano y hasta el aburrido y aldeano Berlín, son junto a la Viena finisecular, símbolos de una Europa que no debe morir. La Europa exquisita, elegante, alegre y optimista de los valses, polkas y mazurcas de la familia Strauss. La Europa que mañana se hará música en nuestros corazones. Y no olviden que uvas aparte, el Año Nuevo empieza cuando se apagan los últimos acordes de la Marcha Radetzky.

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