El lanzador de cuchillos

Savater, lengua con manos

Es un ciudadano comprometido con su país y con su tiempo que se ha jugado la vida por defender la democracia y la libertad

Hay escritores -sobre todo, cuando caen en tus manos en la infancia o la juventud- que te cambian la vida. La mía quedó marcada por un libro de divulgación filosófica que, con el tiempo, se ha convertido en un clásico: Etica para Amador. Su autor, Fernando Savater, era un tipo al que conocía por la revista de mi colegio, que lo presentaba como un ateo peligroso del que había que tomar distancia. Comprenderán que semejante admonición resultó extraordinariamente tentadora.

Savater fue un descubrimiento, una revelación. Contra todas las advertencias, resultó ser un hombre fundamentalmente bueno. Un filósofo cercano, sensato y divertido. Más tarde, admiré al activista tenaz y valiente y me acerqué al político regeneracionista.

Con un sentido cómico de la vida -frente al sentimiento trágico de Unamuno-, Savater abandonó la trascendencia sin caer en la banalidad; es el ejemplo vivo de cómo se puede ser profundo sin hacerse insoportable. En el tránsito hacia su madurez, Savater dejó escrito en su ensayo La tarea del héroe: "He sido un revolucionario sin ira; espero ser un conservador sin vileza". Aquel "anarquista moderado" -según los ficheros de la policía franquista-, el joven díscolo y contestatario, se ha convertido con los años en un gigante ético, en la brújula de una sociedad desorientada y huérfana de mentes lúcidas. Su figura se alza como un coloso en una escena pública demediada y empobrecida, dominada por políticos maniobreros y bisutería intelectual.

De Cristopher Hitchens, el portentoso y controvertido escritor inglés, su amigo Richard Dawkins dijo: "Si te invitan a un debate con él, no vayas". Ese consejo valdría también para los oponentes dialécticos de Fernando Savater, polemista temible, siempre cargado de razones y argumentos que defiende, además, de manera elocuente y sin perder nunca la sonrisa. Pero sabemos por el Cantar del Mío Cid que "lengua sin manos no es de fiar". Savater no es, como su admirado Montaigne, un pensador encerrado en su torre, sino un ciudadano comprometido con su país y con su tiempo que ha bajado al barro y se ha jugado -literalmente- la vida por defender la democracia y la libertad. No es de extrañar que su epitafio preferido sea el de Willy Brandt: "Se tomó la molestia".

En octubre de 2002 acudí en San Sebastián a la manifestación convocada por ¡Basta Ya! contra el nacionalismo obligatorio. Mil kilómetros para arriba y, al acabar, otros mil de vuelta. Llegué a casa agotado, pero contento. Savater me había enseñado, con sus libros y con su ejemplo, que la pregunta que debemos hacernos las personas libres no es qué va a pasar, sino qué vamos a hacer nosotros.

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