De reojo

ANTONIO CAMBRIL

Sebas y los muertos

TRESCIENTOS alumnos de tres colegios concertados de la zona norte llevan sin comedor desde principios de curso y Sebastián Pérez ha aprovechado para meterlos con lápices y libretas en campaña electoral y pedir la dimisión de Susana Díaz. Olvida el presidente del PP que los concertados son los colegios, no los niños, que su partido no ha mostrado demasiada sensibilidad respecto a esta cuestión en otras comunidades o que la ex presidenta de Madrid, cuando una organización caritativa denunció carencias en la alimentación infantil allí, preguntó con sorna si se referían a problemas de obesidad. Tampoco han estado muy afortunados el delegado de Educación de la Junta y la responsable del Gobierno andaluz en Granada al responder al tiroteo con un blablablá de excusas burocráticas: plazos, órdenes, decretos, fárragos. Lo de siempre, lo urgente es esperar… pero el hambre no espera y el asunto tenía que haber sido solucionado desde el minuto uno.

Hay más. Sebastián Pérez, antes, durante muchos años, Sebas, ha crecido y está crecido tras su ocupación de la jefatura del PP y la presidencia de la Diputación provincial. A sus proverbiales virtudes, la sonrisa fácil, las maneras suaves, el abrazo del oso y, la más notable de todas, el presupuesto de la Diputación para radios, televisiones, periódicos y digitales que le supuso cuatro años de bula mediática, hay que unir las proporcionadas por la experiencia. Sebas ha aprendido mucho: además de tremolar el pendón y encabezar procesiones, ahora sabe fumar en puro y lucir guardaespaldas. También ha exhibido a lo largo de su ya dilatada carrera política un ingenio natural para evitar cualquier condena del régimen franquista o retardar iniciativas destinadas a retirar de los espacios públicos símbolos de la dictadura, como el monumento a la falange situado hasta hace poco frente al Palacio de Bibataubín. Sebas anda sobrado y no ha perdido la ocasión de denunciar que la Junta dedica a los muertos, a la memoria histórica, lo que no dedica a los vivos, a los niños con necesidades, como si una partida, insignificante por lo demás, invalidara a la otra. Ha sacado pecho y ha dicho: "Yo prefiero la vida". Ignorando que muchas víctimas del terror franquista siguen vivas en el recuerdo de sus familiares.

Sebas cae con demasiada frecuencia en lapsos freudianos y olvida que cuando falleció su padre, un hombre afable y sin sangre en las manos pero, al cabo, el último subjefe del Movimiento en Granada, la ciudad, incluida mucha gente de izquierdas, le dio el pésame y le expresó su respeto. Nadie mentó a los muertos. ¿Por qué lo hace él? Bastaría con mostrar la misma conmiseración por el dolor ajeno.

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