Sensatez urgente

Los mandarines no parecen darse por enterados de lo que cuesta la cesta de la compra, la luz, la gasolina...

Durante décadas, hemos vivido en España con la tranquilidad del crédito social que nos otorgó la Constitución del 78, imperfecta como toda obra humana pero admitida, al fin y al cabo, por una mayoría suficiente que daba estabilidad. No todo ha sido un cuento de hadas. Los ochenta nos permitieron expansión, pese a ciertos desajustes que luego hubo que pagar, como se paga siempre la cuenta del crecimiento. Y esa factura hubo que saldarla en los noventa, cuando ya nos llovió una primera crisis. Pero el turno partido que se fue dando de hecho, que no de derecho, hizo que el PSOE y el PP se fueran relevando. Con debates y palabras altisonantes, sí, pero con la máquina en marcha. Nos metimos en el euro, que tuvo un anverso brillante y un reverso inflacionista que también hubimos de afrontar. Y, sin embargo, como digo, siempre dio la sensación de que, mal que bien, no faltaba alguien al volante, alguien presto a detener las discusiones antes de que se pusiera en duda la viabilidad del proyecto en común.

En los últimos años, sin embargo, ese crédito se ha agotado. Primero se engrosaron las palabras. Y, recientemente, se pasó a los hechos. Ya no es que se haya puesto en tela de juicio la honorabilidad del contrario político. Es que se ha pasado a considerarlo un enemigo. Y más aún: se ha llegado a poner en cuestión a las mismas instituciones. Contemplamos estupefactos el rifirrafe en el que nos han metido, haciendo colisionar a los distintos Poderes del Estado: el Legislativo contra el Judicial, añadiendo a esto el Ejecutivo, auténtico motor de la confusión. España vive muchas plagas. Salimos de todo lo ocurrido desde 2020, pero los problemas se suceden, con la escalada de precios como cuestión que más afecta a la gente. Los mandarines no parecen darse por enterados de lo que cuesta la cesta de la compra, la luz, la gasolina, el gas... todo. En vez de unirse, en vez de ponerse a la tarea de solucionar problemas, da la sensación de que se dedican a crearlos. No es de extrañar que la clase política avance como tema de preocupación principal. Los que han sido elegidos para ser una solución, se intuyen como el problema. Y eso crea desasosiego. Comparados con estos mandamases, los del principio de esta etapa parecen senadores romanos. Existe un abismo entre el lugar del que venimos y al que parecen conducirnos. Las querellas personales entre facciones políticas, cuando se contagian a la sociedad, tienen lento, difícil, mal arreglo. Urge la sensatez. Y no se la presiente.

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