Crónicas levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

Sesión de control de los cinco loros

La erosión de la Monarquía la buscan algunos desde el Gobierno y sus aliados y otros, que la abrazan como osos

Aunque son, elegantemente, grises, finos y brillantes, los han tenido que recluir por soeces; se llaman Billy, Eric, Jade, Elsie y Tyson, son cinco loros yacos del zoo de Lincolnshire que llamaban gordo a su cuidador y estaban todo el día con el fuck en el pico. Insultaban a los visitantes, los vejaban como a cotorras pardas. Lo que ha asombrado a los biólogos de este parque inglés es que, cuando estaban solos, los loros guardaban cierta educación ornitológica que se rompía, en un crescendo, a medida que iban pasando juntos las horas. Mientras algunas aves, como los estorninos, utilizan el grupo para protegerse de otros depredadores alados, el gregarismo de los yacos es claramente negativo.

El comité organizador de los debates presidenciales en Estados Unidos, una institución con decenas de años de experiencia, se ha visto obligada a cambiar las reglas del cara a cara después del bochorno causado por el primer encuentro televisado entre Donald Trum y Joe Biden. No hay nada inteligente en ti, Joe. ¿Por qué nadie le calla? No se puede discutir con un payaso, Donald. El comentario en The Wall Street Journal es tajante: si no tuviéramos que dedicarnos a esto, habríamos apagado el televisor a la primera hora, los loros deberían haber sido encerrados.

Las sesiones de control a los gobiernos tienen mucho de algarabía animal, cualquiera que las siga se habrá preguntado para qué sirve eso; desde luego, no para ejecer vigilancia sobre los ejecutivos, ministros y consejeros. Los intervinientes se preparan sus parlamentos como los humoristas sus monólogos, un zasca, una ironía, un insultillo, un navajazo bajo... Hay tantos y tantos recursos dialécticos -estos ya no saben qué es la retórica ni la persuasión- que algunos se olvidan hasta de la pregunta. Póngale una interrogación, al final, oiga. Dé, al menos, un dato, presidente.

La degradación del debate político bajó un primer escalón con este tipo de rifirafes, estériles e insulsos, a veces graciosos, con chispa, pero ya vamos profundizando en algo mucho más bajo y, también, más peligroso. Cuando se comienza a pisar el terreno del odio, la democracia no sólo está huera, sino que comienza a peligrar. Esta crisis sanitaria lleva aparejada otra económica y si sigue creciendo, derivará en la institucional. El último residuo de la última crisis fue el estallido independentista de Cataluña; esta vez, le puede tocar al propio sistema de Monarquía parlamentaria, porque su crisis está alimentada por quienes desde el Gobierno y sus aliados prefieren un epónimo de la Segunda República y los que la abrazan como osos con el único interés de enfrentar y crispar.

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