Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Siempre Lorca

El poeta debe ser el faro que disipe las tinieblas del pasado y aliente el ansia creadora de una ciudad con futuro

Cada año recordamos el nacimiento de Federico García Lorca, desde aquel 'Cinco a las cinco' de 1975, en el que se celebró en Fuente Vaqueros el primer homenaje al poeta asesinado por los sublevados de 1936, con 'media hora de libertad' que ha narrado admirablemente Antonio Ramos y que fue, además, la confirmación de que la ciudad que no hizo nada por salvarlo, rompía sus ataduras del miedo y la mordaza de la vergüenza. ¿Y quién podía hacer algo en aquellos siniestros días en los que la vida no valía nada y estaba en manos de energúmenos cegados por el odio? Días que no deben olvidarse, como algunos pretenden, en la absurda y aberrante obsesión de no abrir heridas. Hasta un católico de convicción y rectitud moral e intelectual como Manuel de Falla, que intentó acercarse para interesarse por el amigo detenido, fue apartado casi a empujones por aquellos sicarios de la muerte, como recuerdo en el capítulo Falla y Granada, miel e hiel, del libro Granada, la bella y la bestia. Días, meses, años en los que perdieron la vida a mano de verdugos sin ley -pese a que en algunos casos hubo aquellas pantomimas de los juicios sumarísimos- millares de políticos, intelectuales y gente del pueblo por defender el orden constitucional. Con García Lorca habrá que recordar al Rector de la Universidad, el alcalde socialista, concejales, presidente de la Diputación, el ingeniero Santa Cruz, entre tantas víctimas que, hasta que no se recuerden, una a una, no habremos cerrado, definitivamente, las horribles heridas de aquella España cainita.

En junio, en la fecha de su nacimiento, o en agosto, la de su asesinato, Lorca debe ser siempre el faro que disipe las tinieblas del pasado, y aliente el ansia creadora de una ciudad con futuro. Por eso es muy difícil aceptar que los pasos de traer su patrimonio cultural a su ciudad natal, tropiecen constantemente o se dilaten en esa parsimonia con la que las cosas importantes marchan -cuando lo hacen, que no siempre es así- en la ciudad. Cuando redacto esta columna no estamos seguros de si lo que está en Madrid llegará estos días al Centro, con su sombrío escenario para desarrollar actos, que parece más propio de un pueblecito escondido que de un lugar en el que, se supone, debería acoger, de vez en cuando, algunas de sus obras escénicas, porque debería ser un faro desde el que se proyecte su creatividad universal y no sólo el mausoleo en el que guardar, en caja acorazada, sus documentos y recuerdos.

En fin, de una u otra forma, Granada tiene que mantener viva la memoria del granadino más universal que nos redime de muchas mediocridades y al que nos referimos cuando hablamos de 'ciudad cultural', de la que no siempre damos muestras de estar convencidos de tal calificativo.

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