Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

bensusan@ugr.es

Singularidad granadina

Un riguroso estudio explica el por qué poco o nada tenemos que ver, ni histórica, ni cultural, ni genéticamente con Andalucía

La identidad de un territorio viene marcada por su propia historia, por la existencia de un marco geográfico específico y delimitado, por la presencia de una organización territorial administrativa propia y por la identidad de su población. Que Granada tiene un territorio histórico y geográfico perfectamente delimitado nadie lo duda, y la organización territorial propia se conseguirá con la gestión independiente de nuestros intereses dentro de un nuevo marco autonómico.

Pero en lo relativo a nuestra población hay que conocer las características esenciales de los habitantes de Granada y su región para comprender de dónde venimos y el porqué de nuestra patente singularidad.

Atendiendo al factor genético, las diferencias entre la población de la artificial Andalucía son tan relevantes como para buscar una explicación objetiva de por qué los granadinos sentimos una ausencia absoluta de empatía e identificación con el folclore, las fiestas y las tradiciones sevillanas -que nos quieren imponer a golpe de Decreto y Ordenanza-, y de por qué nuestra idiosincrasia, seria, austera y reservada, compagina tan poco con la jaranera de los habitantes de allende el Guadalquivir.

La respuesta está en un estudio sobre diferenciación genética en la Península Ibérica realizado por miembros de los Centros de Genoma Humano de las universidades de Oxford y Santiago de Compostela (Patterns of genetic differentiation and the footprints of historical migrations in the Iberian Peninsula) que, tras analizar el genoma de 1.413 individuos, demuestra que los granadinos nos parecemos mucho más a los cántabros que a los sevillanos.

Y ello porque los ejes genéticos se consolidaron de Norte a Sur, verticalmente, y no de Oeste a Este, perteneciendo los pobladores granadinos al eje cántabro-castellano-manchego-sudeste, mientras que los sevillanos al eje asturleonés-extremeño-suroeste, todo ello como consecuencia de la migración de los cristianos del norte a las nuevas regiones cristianas del sur incorporadas durante la Reconquista desde mediados del siglo VIII.

Los sorprendentes resultados de este riguroso estudio son una clara muestra de nuestra propia historia y explican desde una óptica distinta el por qué los granadinos poco o nada tenemos que ver, ni histórica, ni cultural, ni genéticamente con Andalucía, y que, por más que el régimen andaluz intente imponernos sus costumbres, habla y tradiciones, no calan en Granada y no han podido anular nuestra propia singularidad.

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