La tribuna

tomás Navarro

Siria: dura de pelar

CASI todo ha empleado la alianza occidental contra el régimen sirio. Un régimen que les estorba en su voluntad geopolítica tratando de expandir su influencia por Oriente dentro de una carrera de ambiciones desmedidas. El empantanamiento ucranio no fue suficiente para poner la pica en Flandes al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin. Las sanciones picadas de Bruselas y Washington contra Moscú por sus iniciativas en sus fronteras sólo han conseguido que Rusia recibiese el apoyo expreso de China, las simpatías de la Unión India y la renovación asiática de alianzas entre Moscú y sus antiguas repúblicas ex soviéticas a lo largo de sus miles de kilómetros desde Europa Oriental al Pacífico.

Moscú aprendió de los errores USA en Irak y luego en Libia donde las trampas saduceas urdidas por el Pentágono y sus franquicias gubernamentales de la derecha europea mostraron al resto del mundo que con mentiras de Estado y engaños políticos no se pacifican países -Irak dixit-, ni se reconstruyen Estados, Libia dixit. La ceguera occidental y su altanería olvidaron que el antiguo movimiento internacional de los Países No Alienados, casi desaparecido tras el colapso soviético, donde Estados como la Unión India mantuvieron dentro del mismo una posición de alto calado, ni Washington ni la Europa de la OTAN persiguieron avanzar y coser sus intereses al tapiz occidental: eran demasiado pobres. Más al contrario, lo que se hizo ha sido no hacer nada y dejar de tratarlos como el conjunto que un día fueron mientras duró la Guerra Fría.

Desde Uzbekistan o Tayikistán, pasando por la Península de Crimea, refrenando un avance yihadista en el Cáucaso, pactando la vecindad gigantesca con China y susurrando a la Unión India, Moscú ha rehecho antiguas alianzas regionales, que en su caso, son continentales. Con ello Moscú ha frenado al inestable Pakistán nuclear con su caótico Afganistán y fortificado el Asia Central contra el yihadismo terrorista dentro del pacto con Pekín que, a su vez, controla con mano de hierro a los cuarenta millones de chinos musulmanes en sus provincias occidentales. Esta red de seguridad rusa y china es la respuesta de éstos a la continua apertura y extensión de las bases norteamericanas desde Ucrania y Polonia hasta Pakistán, Corea del Sur y Japón, donde tanto Moscú como Pekín observan como una amenaza la proliferación de bases norteamericanas, de la OTAN, en sus vastos territorios naturales.

Así el Medio Oriente alienado entre el eje occidental de sus socios regionales de Tel Aviv, Riad y Ankara frente a un Irán emergente asociado con Moscú y China, no podían dejar al pairo de la historia que movimientos yihadistas sembrados por la ceguera surgida de sus mentiras de Estado en su aventura desastrosa contra Irak. Desde la entrada en este sainete sangriento del autodenominado Estado Islámico, Daesh, la función abierta por la coalición occidental fue emplearse a fondo contra Siria y dejar hacer a Daesh que en esta crisis ha venido ejerciendo como fuerza auxiliar occidental contra el régimen sirio, los libaneses del Hezbolá y los iraníes. Este peligro, tan torpemente bordado desde sus inicios por Washington, hizo que Moscú interviniera en la región apoyando a Damasco y de camino a su vecino iraní. Un apoyo que China reafirmó con un portaviones de última generación que ancló frente a las costas sirias. Así la partida en este gran juego hizo posible que en siete semanas Rusia haya destruido en Siria más objetivos de Daesh que los que supuestamente Occidente dice haber efectuado en más de un año. La entrada de Rusia en Oriente Medio no es nueva sino una reedición de su anterior política regional que tiene sus raíces desde el traslado del patriarcado ortodoxo de Bizancio en 1453 al de Moscú donde el césar romano se erigió en Zar de Todas las Rusias. Moscú pues en esta región no resulta precisamente ser una potencia desconocida.

El Kremlin ha logrado articular una respuesta oriental a la presión occidental contra Siria. Ha logrado frenar la llamativa expansión de Daesh mientras occidente decía combatirlo y ahora es Moscú quien lo presiona y tan eficazmente que hasta el gobierno de Bagdad desea operaciones militares rusas en su territorio, sonrojando con ello a Washington y a la OTAN que hasta ahora han sido incapaces de lograr victoria alguna contra el avance del yihadismo terrorista al que tanto presumen en combatir.

Occidente ha tenido y perdido mucho tiempo para realizar en Siria otra política. La prioridad era combatir a Daesh y no al presidente sirio Bachar Al Assad. Cambiar la orientación le ha costado no poco a Washington ya que al tener que dar prioridad a sus intereses en Asia Central y Pacífico, pactando con Irán en detrimento del eje Ankara, Riad, Tel Aviv, le puso a Moscú en bandeja de plata normalizar el asunto Ucranio, reafirmarse en Oriente Medio como potencia amiga de los árabes laicos y nacionalistas como egipcios, sirios y otros y encima contando con un apoyo internacional enorme frente a los reveses llamativos de Estados Unidos y sus aliados que se han mostrado incapaces de combatir la extensión del yihadismo y lo que representa tanto para los árabes como para los musulmanes. Moscú sí ha sabido por contra construir un modelo internacional más eficaz para combatirlo tal como le reconocen la mayoría de países de la comunidad internacional. Occidente debe aprender que Siria siempre fue dura de pelar y que el primer objetivo no es derribar a su presidente sino combatir y destruir al yihadismo exterminador.

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