mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

Sobrel ibros y tumbas

ME llega el aviso por correo electrónico. El próximo jueves 17, a las 6 de la tarde, habrá concentración en la Plaza del Carmen. La protesta es contra el cierre de la Biblioteca del Zaidín, esa que, desde hace algunos meses y por decisión del Ayuntamiento, ha dejado de ser lugar de encuentro de vecinos lectores, niños y adultos, para convertirse en sede de bailadores regionales.

Me llega el aviso en París, el mismo día en que he estado caminando por el cementerio de Montparnasse y me he acercado a las tumbas de Baudelaire, de Tristán Tzara, de Samuel Beckett, de Sartre y Simone de Beauvoir y, por supuesto, de Vallejo. Al revés que mucha gente, prefiero reunirme con los poetas y escritores muertos antes que con los vivos. Los escritores muertos hablan sin hacer ruido y puedes conversar con ellos con libertad, sin preocuparte de qué dirán de ti cuando te des la vuelta. Con los poetas muertos todo fluye, como si estuvieras delante de un libro en una biblioteca.

Las tumbas de los escritores también dicen cosas. Por ejemplo, uno ve la tumba de Baudelaire y piensa en que la muerte puede ser irónica o siniestra: Baudelaire está enterrado con su madre y su padrastro, el general Aupick, al que tanto despreció. Los tres juntos, como en la vida. Ves la tumba y piensas en el poema El esqueleto labrador: "Que la Nada nos es traidora; / que todo, hasta la Muerte, miente". La tumba de Sartre y Simone de Beauvoir parece una especie de mausoleo, con la lápida inmaculada, como esos monumentos que se miran desde lejos con respeto, pero a los que nadie se acerca. La tumba de Tristán Tzara es, quizás, la más sencilla; con sus humildes canteros de flores alrededor, casi puedes pisarla. No tiene nada dadá, o tal vez sí, porque se mezcla con los vivos casi sin que te des cuenta. La tumba de Beckett es, seguro, una de las más visitadas. Está llena de mensajes que le dejan los paseantes; alguien que ha escrito en un papel que sigue esperando a Godot, una página arrancada de Malone muere. Tardo mucho, pero al final encuentro la escondida tumba de Vallejo. Y, como la de Beckett, ofrece compañía. Alguien ha dejado un bolígrafo y unos folios; otro, una manzana y un cuchillo; ¿otra? ha dibujado un corazón con pequeñas piedrecitas…

Para que fuera completa, esta columna debería llevar fotos. Aunque pienso que quizás la mejor foto será la que salga el próximo viernes en el periódico, la de la concentración en la Plaza del Carmen. Con los granadinos reunidos para que no cierren su biblioteca ni clausuren su conversación con los poetas vivos y muertos, con los escritores, con los libros.

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