Han pasado ya muchos meses de pandemia y una primera ola de contagios y, todavía a estas alturas, se sigue hablando de que falta personal. No lo dice la prensa, lo dicen los propios profesionales. Se han hecho contrataciones pero siguen siendo pocas, parece ser, teniendo en cuenta las quejas de quienes están dentro de los hospitales y los centros de salud luchando cara a cara contra el coronavirus. Ha pasado casi un año de SARS-CoV-2 en España como para que, a estas alturas, en plena expansión del virus a niveles desconocidos hasta ahora, superando hasta los umbrales de marzo y abril, como para tener que aceptar que médicos y profesionales sanitarios jubilados se vuelvan a enfundar en sus batas para tener, al menos no que ejercer, si no ayudar y contribuir a aliviar la situación que viven los que, de nuevo, son sus compañeros. La vocación muchas veces ha sido el colchón de una gran parte de los cabezas pensantes de este país para justificar desbarres laborales y tapar su nefasta gestión de las cosas. Y aunque nadie estaba preparado para lidiar con una pandemia, de la solidaridad a tomarse el brazo de quien lo ofrece va un mundo.

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