Sólo son negocios

Hemos generado una sociedad en la que el listillo y el ladrón burdo es admirado por los tontos útiles como si fueran héroes

Especialmente para salvaguardar los intereses y hasta los derechos de los demás a los que, en pura teoría, se dice representar, siempre hay que producirse dentro del marco de la ética. No se puede pretender hacer creer a toda una sociedad, hurtando a la vez las mieles del disfrute a una afición multitudinaria, como es la del fútbol, que algunos de sus protagonistas y sin arriesgar absolutamente nada, usando sólo de influencias y conocimientos por los cargos que se ocupan, pueden éticamente embolsarse millones de euros, afirmando, con toda la cara dura de la que se es capaz, que "un diez por ciento" es una cantidad "aceptable" para cobrar -con más secretismo que discreción-por el chanchullo futbolero que escandaliza a gran parte de la afición. Con ese ejemplo, todo huele muy mal.

Hemos generado un estado de sociedad en la que el listillo, el ratero y el ladrón burdo -que quiere aparentar de guante blanco- es admirado por los tontos útiles como una suerte de héroe que merecería, además de imitación, la mayor indulgencia tras sus sustracciones y velados latrocinios. La cultura -realmente obscena subcultura- del pelotazo, sin arriesgar nada y a costa de lo de los demás, acaba por ser admitido por sus iguales en moralidad, como si de una clase de admirable ocurrencia, cargada de audacia y oportunidad se tratase: nuevo patio de Monipodio y vergonzosas acciones de bisoños rinconetes y cortadillos es dibujado como escenario en el que se mueven criaturas que, por la vía más rápida y oculta posible, sólo anhelan el enriquecimiento personal a lo bestia, evitando, obviando cualquier norma deontológica o moral.

Asaltadores con la mayor discreción, procuran no levantar polvo alguno en el truculento tránsito por sus obscuros e indecentes atajos. Obvian los trabucos, aunque fuese con salvas, por no causar indeseados estruendos que pudiesen delatar su ausencia de decoro y honradez y prefieren, siempre, el paso por obscuras trochas y recónditos y mudos vericuetos, hacia sus anheladas metas dinerarias que, lejos de cualquier laurel limpio, deportivo y ejemplar, los parece perfilar, una vez descubiertos, como villanos, granujas y abusivos des-personajes, es entonces cuando insisten, con mayor ahínco, como honrados merecedores del botín logrado.

Hubo una importante parte de la afición futbolística -la que, de algún modo, alcanzó a ser oída, pero no escuchada- que se opuso a que la llamada 'Supercopa' se celebrase en tierras tan lejanas que impedían, por ello, la asistencia, el ambiente y el disfrute de toda la afición. Más, tratándose de una competición española y con equipos españoles. Rubiales y Piqué debieron entender, por el contrario, que sólo son negocios. ¿O no?

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