Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Susana y el aeropuerto

En los partidos el poder real y efectivo lo tiene quien es capaz de hacer y deshacer en las listas electorales

Comentaba un veterano diplomático español, a cuenta de la rocambolesca situación venezolana, donde hay un presidente de facto y otro que reconocen como tal algunas de las principales potencias mundiales, que hay una regla que no falla para saber quién manda en un país en conflicto: aquél que te recibe en el aeropuerto de la capital es el que tiene la sartén por el mango y al que hay que hacerle caso. Mal que te pese. Quizás de ahí venga la regla básica de cualquier golpe de Estado de ocupar el aeropuerto y la radio nacional. Y en el caso venezolano está claro quién tiene el control del aeropuerto de Caracas. Mal que les pese a Trump y al presidente del Gobierno español, entre otros.

Trasladada la regla del diplomático a la política estrecha de cada día se puede afirmar, sin temor ninguno a equivocarse, que el poder real y efectivo en los partidos lo tiene aquél que puede hacer y deshacer en las listas electorales. Se acaba de ver en las purgas y colocación de afines que han hecho con algún escándalo Pedro Sánchez y con mayor silencio interno Pablo Casado. Los dos han demostrado quién manda y, de paso, para qué mandan.

Es difícil explicar que una política con la veteranía y experiencia de Susana Díaz, experta como pocos en intrigas de aparato, no entendiera que con las listas del 28 de abril iba a plantearle a Pedro Sánchez un pulso que tenía perdido de antemano y que puede pasarle en un futuro próximo una factura letal. Desde que en diciembre perdiera las elecciones que ganó, con la consiguiente salida del Palacio de San Telmo, las cosas ya no iban a ser nunca como antes. Ni en el PSOE andaluz ni, por descontado, en el federal. Con Díaz estrenando los bancos de la oposición, en los que no se habían sentado nunca los socialistas en 37 años, y con Sánchez en La Moncloa y con buenas perspectivas electorales, el panorama había cambiado. Estaba claro quién iba a ganar la batalla.

Susana Díaz no controlaba el aeropuerto del PSOE, ni tan siquiera la pista de aterrizaje andaluza. La reunión del pasado domingo del Comité Federal, su derrota interna más hiriente, le ha mostrado lo cruel que puede llegar a ser la política de partido cuando se está en posición perdedora. Pero Susana toma nota. Sabe que perder una batalla, aunque sea tan importante como ésta, no significa necesariamente perder la guerra. Y que mientras se esté en política la vida es capaz de girar ciento ochenta grados en un momento. Si lo sabrá ella.

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