Tejiendo engaños

Provengo de una generación en que las imágenes de guerra venían de lejos y el pasado votamos olvidarlo

Entender porqué seguimos aquí. Qué nos hace abstenernos de cualquier credo que incite a ser consecuentes, útil en una sociedad con visos de desmoronarse. Algo pasa. Los más atrevidos, desde un móvil pero creyendo que les escuchan dos o tres mundos, apenas alcanzan a escribir diez palabras en Facebook. Esa es nuestra campaña, todo el rédito en una suerte de episódica contienda electoral que nos dispone ridículamente ante Europa. Somos sociedad de grandes titulares, de ecos incesantes detrás de un necio vacío que siempre salpica. Este es nuestro ring, nuestro campo de batalla.

La imagen se llena de desórdenes callejeros, de episodios de violencia, de odio, de insultos. Nada los repele. Permanecer en lo alto de la espiral. De eso se trata. No hay más estrategia. Los culpables no somos nosotros, simples víctimas de un share, de algo que sólo programa y dibuja conforme sea capaz de atraer nuestra atención. Y en medio de todo, la nada: ni principios, ni ideales, ni tan siquiera un concepto de objetividad y transparencia hoy absolutamente desdibujado.

Pero nos debemos un intento. Siquiera por los que quedarán, por los que aún sueñan con una sociedad como aquella que de niños encontramos. Un espacio donde reencontrarnos, donde sentarse, madurar, donde obligar a tejer acuerdos que propongan lugar y modo de vivir en paz. Provengo de una generación en que las imágenes de guerra venían de lejos, la descalificación apenas existía y el pasado votamos olvidarlo. Hoy somos la del odio y la prepotencia, la vanidad y el egoísmo, la necedad y el insulto. Como excusa siempre una Cataluña, una violencia de género, un país que no termina de construirse, un pasado que obvia cuarenta años de democracia y revive como excusa para esconder el presente. Atajos. Motivos para destruir al contrario, para proclamar mi estado y hundir al tuyo.

Deberíamos estar del lado de una Cataluña que no riñe con su identidad, de los intolerantes con la violencia de género, de los que no consienten la discriminación, la desigualdad, de los que saben que el pasado quedó y nunca debió volver. Pero nos engañan. Nos engañan quienes nos quieren hacer creer que su concepto de país nace de unas calles heridas y destrozadas. Nos engañan quienes hacen de la violencia de género una excusa de política barata. Nos engañan quienes hablan de discriminación, de desigualdad con mensajes de decálogo político. Nos engañan quienes desentierran huesos y garantizar su pervivencia en el poder. Una ciudad destrozada no es imagen de reivindicación. Una mujer maltratada es un ser humano con derecho a ser feliz. Nadie puede regatear su protección. Un inmigrante es ejemplo de fracaso social. En nuestra frontera, su dignidad se antepone y su vida rechaza ideologías de cuarta fila. Un país, no son dos bandos. No pueden volver a serlo.

Soy de la Constitución del 78. Catorce años no me otorgaban suficiente rédito para considerarme padre de aquel documento como los que con su voto lo aprobaron. Simplemente lo recibí. Creí en él. Y creí estar en la Champions league. Así hasta hoy en que continúo ejerciendo como granadino orgulloso de su historia cercana a la mía. Y que siga.

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