Tercera ola

Los chicos del Daesh, como no tienen otra cosa que hacer, piensan que Alá aún no nos ha enviado suficientes castigos

Los alemanes, con esa manía previsora que los aflige, ya andan preparándose para la tercera ola, la ola psicológica, después de haber prevenido con solvencia el doble ataque del virus. A los españoles, sin embargo, la primera ola nos pilló in puribus, o sea en cueros, la segunda nos cogió de veraneo y la tercera nos la van a complicar, según conocíamos anteayer mismo, los chicos del Estado Islámico. El lunes por la noche, el portavoz del Daesh anunciaba algo así como una nueva temporada otoño-invierno, en versión criminosa, de la que no quisieron concretar mucho, salvo que "el mundo entero está al borde de grandes cosas". Pero, claro, como sigan viniendo grandes cosas, igual no llegamos a las Navidades.

En los últimos meses, el Gobierno de la nación se ha mostrado más interesado en moverle la silla al Rey que en conjurar la pandemia (salvo el ministro de universidades, señor Castells, que no se ha interesado en nada). De modo que la tercera ola que nos azote a los españoles será, no la ola sentimental, que nos va a pillar a todos muy atareados, sino la bajamar económica, que nos distanciará, aún más, de nuestros socios europeos. Los chicos del Daesh, como no tienen otra cosa que hacer, piensan que Alá aún no nos ha enviado suficientes castigos y se disponen a abreviarnos el viaje al Paraíso. Esto nos hace recordar aquella burla del padrecito Stalin, cuando se preguntaba, en plena guerra mundial, con cuantas divisiones contaba El Vaticano. Visto, sin embargo, dónde sigue El Vaticano y dónde se halla la tiranía soviética, se hace necesario reconocer a la religión como un agente principal de la Historia (véase Nagorno Karavaj). Y también a las epidemias como un actor político. En cuanto al clima, en cuanto a la abrumadora evidencia de su influjo, no ha hecho sino comenzar a estudiarse, gracias a historiadores como Fagan y Parker.

Sea como fuere, las sucesivas olas que nos asedian no nos harán más fuertes ni mejores. Ya sea el peligro físico de los pacientes, ya la fragilidad económica de los españoles, no parece que necesitemos ayuda del Daesh ni de nadie para sumirnos en el infortunio. Aun sin conocer el resultado de esta segunda ola, en lo que a muertos se refiere, es fácil sospechar su devastación pecuniaria. Una devastación ocurrida bajo una imperdonable desunión política y con una deslealtad suicida a las instituciones. Volveremos a ser -por cuánto tiempo- el enfermo de Europa.

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