Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Terrores médicos

Científicos varones llevan 150 años desposeyendo a la mujer del control del hogar, del embarazo y del sexo

En los cenobios teresianos aparece esta leyenda: "En la casa de Teresa, esta ciencia se profesa: o no hablar o hablar de Dios". En la sede de la Conferencia Episcopal podría figurar este otro lema: "En la casa de Dios: o no hablar o hablar de sexo". Me gustaría ser obispo para poder hablar de sexo con la profundidad y el conocimiento con el que se pronuncian ciertos prelados sobre este asunto. O ser experto: sicólogo, terapeuta o ginecólogo, para extenderme en explicaciones sobre un tema tan escabroso, espinoso y difícil, sin recibir un varapalo. La irrupción de los expertos, es decir, de científicos varones, en lo que era un dominio femenino -el cuidado del hogar, la salud de la familia, el embarazo, el parto y la logística del sexo- ha sido uno de los hechos más destacados del último siglo y medio. La coartada de la ciencia sirvió para desalojar a las mujeres de ámbitos que tradicionalmente controlaban. Al no ser yo experto, carezco de coartada, aunque me gusta, como a todo el mundo, hablar de las dos cosas más jugosas de la vida: el sexo y la comida. Y sobre todo, me gusta señalar, aunque moleste, las diferencias entre el deseo del hombre y el de la mujer. Si lo haces en una tertulia -lo he comprobado- se produce un ominoso silencio y de inmediato el moderador introduce otro tema. De lo que estoy convencido es de que, después de 150 años de dominio de los expertos varones sobre el cuerpo de la mujer, ésta todavía no lo lleva con naturalidad. Tengo un doble en Granada, al que no conozco, pero con el que me confunden muchas mujeres. Es ginecólogo. En dos comercios de la provincia, una ferretería y una tienda de deportes, las dueñas me han confundido con su ginecólogo en presencia de sus maridos. Al negarlo yo, los maridos me han mirado mal, como si sospecharan que mi negativa se debe a que sus mujeres y yo ocultamos algo. El sábado, en la Redonda, una mujer me soltó: "Doctor, no me baja la regla". Cuando le dije que yo no era su ginecólogo, no me creyó y me miró con tremenda desconfianza. Esta confusión me ha llevado a pensar que las mujeres, avergonzadas todavía cuando se someten a la pesquisa de su ginecólogo, no lo miran a la cara. Por eso lo confunden con cualquiera que vaya en una chopper, de estructura corporal sólida y con barba. Normal, todavía no me he quedado con la cara de mi dermatóloga.

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