Ante la angustia individual y colectiva que genera la avalancha de noticias sobre el coronavirus, se agradecen las aportaciones reflexivas que tratan de anticipar nuestro futuro. No es que uno les otorgue un valor capital; pero al menos nos devuelven una mínima -acaso también ilusoria- sensación de control.

Es lo que ha querido hacer Pablo Amadeo, experto en comunicación social, al recopilar una serie de textos de pensadores actuales, escritos en poco más de un mes, y publicarlos de forma gratuita en las redes sociales. Con un polémico título -Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia- el documento resultante, hoy viral, acoge, como no podía ser menos frente a un hecho radicalmente nuevo, todavía en evolución y de efectos universales, vaticinios muy dispares.

Entre tanta incertidumbre, reputados intelectuales pronostican cómo será el mundo cuando la enfermedad sea vencida. Allí encontrará el lector de todo: desde la rotundidad con la que Slavoj Zizek anuncia la muerte del capitalismo hasta el realismo con el que Byung-Chul Han intuye su pervivencia adaptada. También, cómo no, la inevitable teoría conspirativa que, en este caso, verbaliza Giorgio Agamben. Como ya señalé, el esfuerzo, por hacernos levantar la mirada e intentar convencernos de que la iniciativa nos sigue perteneciendo, merece nuestra gratitud. Es, en tal sentido, de lectura psicológicamente obligatoria. Pero no ignoro, claro, su escasísima virtud profética.

Sin duda, la pandemia ha revelado múltiples problemas (la debilidad de los sistemas de salud; la inutilidad de laberínticas organizaciones internacionales; la ceguera y el cortoplacismo del liderazgo político; la tentación perpetua del autoritarismo; la fragilidad de los mecanismos tradicionales de información; el guirigay de los modernos; las grietas del comercio globalizado…). Pero nadie puede garantizar que todo ellos recibirán una solución común. Dependerá, creo, del acervo de cada país, de las estructuras ideológicas, éticas y materiales con las que se escape del naufragio. Desde luego, la crisis abre una posibilidad de cambio real; aunque su concreción, al cabo, cristalizará o no según la voluntad y el talento de cada pueblo.

Está bien el pasatiempo de anunciar revoluciones cósmicas. Entretiene y anima. Pero, sin hojas de ruta sensibles a circunstancias y recursos obviamente diferenciados, no pasa de conjetura tan atractiva como seguramente inane.

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