Vivimos momentos convulsos. La crisis territorial en Cataluña amenaza con extenderse como una metástasis. El dinero llama al dinero y el nacionalismo al nacionalismo. Nunca se vio en España un arranque de ardor patriótico tal como el que se respiró la mañana del 1-O, cuando el ambiente estaba completamente enrarecido. Parece que no hemos aprendido nada. La última oleada de rojigualdas antes de que todo estallara tuvo lugar en 2010 con motivo del Mundial de fútbol. Las banderas, por más o menos barras que lleven, no arreglarán nada. La política y el diálogo, sí. Seguiremos a la espera.

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