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Rafael / Padilla

Tiempo de demagogos

EN estos últimos días, he oído afirmaciones verdaderamente pintorescas. Me centraré aquí en dos. La primera pertenece a Pilar Rahola y supone un entendimiento peculiar de los ritmos políticos: según la ex diputada, las Cortes actuales carecen hoy de legitimidad. Argumenta Rahola que, tras las elecciones europeas, el mapa parlamentario español está viciado y que la composición de las Cámaras ya no responde al sentir popular. Olvida la tertuliana que cada cita electoral se enmarca en sus propios términos y conforma una voluntad concreta sobre aquello que es objeto de consulta. Extraer de las urnas otra conclusión que desborde esos estrictos límites no deja de ser una maniobra fullera, más oportunista que racional, en el intento perpetuo de reventar la legalidad. A Pilar le puede la prisa y adelanta escenarios que se decidirán cuando corresponda. Es entonces, y sólo entonces, tras dilucidarse la cuestión exacta del futuro Gobierno nacional, cuando quedará certificado el camino que indique la soberanía ciudadana.

La segunda, quizás mas grave por la importancia del personaje, proviene de Cayo Lara. Dice el coordinador federal de IU que ahora toca elegir entre monarquía y democracia. Así, como suena, como si en estos treinta y muchos años de Constitución hubiéramos vivido en un régimen opresor y despreciable. Desconocer que la monarquía parlamentaria es una fórmula tan democrática como las demás es o bien el fruto de una ignorancia inexcusable, o bien un ejercicio estomagante de populismo. ¿Es que acaso el Reino Unido, Holanda o Suecia no son democracias consolidadas? El ínclito Lara tiende a absolutizar 'su' concepto de democracia y a convertirlo en el único que merece el nombre. Se trata paradójicamente de una concepción profundamente antidemocrática y, por ende, obviamente inaceptable.

Por fortuna, nuestro ordenamiento contempla mecanismos para que cualquier ideología -democrática, por supuesto- pueda ver plasmadas sus alternativas. Pero nunca por la vía de algaradas y mayorías presuntas. Ése es un logro irrenunciable e intangible. Así que al tajo, si quieren lo que quieren, ganen las elecciones exactas y operen sin trampas el juego constitucional. Porque de lo otro, de las urgencias, de las revoluciones enmascaradas y de la quiebra demagógica del orden establecido tenemos, en esta España nuestra eternamente nerviosa, experiencias que helarían la sangre del más impertérrito de los mortales.

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