AUNQUE un escándalo como el de la trama corrupta que encabezaba, presuntamente, el empresario Francisco Correa perjudica objetivamente al partido al que sirve y del que se sirve (Partido Popular), lo que cuenta al final es la actitud con que se afronta.

Si hay condescendencia, el daño a la organización puede ser irreparable; si se adopta una política de tolerancia cero, se pueden salvar los muebles. Nadie está libre de acoger garbanzos negros en sus filas. Es más, estas legumbres putrefactas son inherentes a las situaciones de poder de cualquier nivel. Un partido que triunfa atrae sin remedio a una corte de logreros y traficantes de influencias. Se les deja hacer por malvado patriotismo de partido ("es un elemento, pero es de los nuestros"). Hasta que es demasiado tarde para frenarlos.

Hay indicios bastante sólidos para concluir que este Correa ha organizado una trama de cohechos, fraude fiscal, blanqueo de capitales y tráfico de influencias para conseguir contratos de ayuntamientos y comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular. ¿Cómo? Mediante la prestación de servicios cuya entidad aún no conocemos, este individuo se introdujo en la organización del PP, se amistó con altos cargos -el yerno de Aznar le eligió como testigo de su imperial boda-, entraba en la sede central como Pedro por su casa y utilizó estas relaciones no sólo para jactarse, sino para hartarse. Para hartarse de contratar con ayuntamientos populares. Curiosamente, algunos de los alcaldes incrementaron notablemente su patrimonio personal en ese mismo tiempo.

No soy tan ingenuo para creer así porque sí que Francisco Correa actuara sólo por su cuenta atribuyéndose falsamente la condición de intermediario del propio PP. Es algo que habrá de determinar la investigación y el juicio correspondiente. Pero es cierto que algunos detalles de lo que conocemos apuntan a que se montó su chiringuito sin autorización. Por ejemplo, el hecho de que cuando Mariano Rajoy se hizo con el control del partido cortó las relaciones con Correa. O que varios cargos del PP madrileño le tendieron trampas y le grabaron, trampas y grabaciones que activaron las diligencias de la Fiscalía Anticorrupción. O que el mismo Rajoy haya ordenado, ayer, una investigación interna encaminada a la expulsión inmediata de cualquier militante que aparezca implicado en la trama y anunciado su personación como acusación particular en el sumario.

De todo este lío no va a salir nada bueno para el Partido Popular, agobiado por la crisis del espionaje en Madrid y pendiente de las elecciones inminentes. Lo que está haciendo Rajoy es intentar que la cogida inevitable no sea mortal de necesidad.

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