Por firmar un manifiesto se acordaron de mis muertos/ qué chusmerío cuánta farfolla/ ¡Ohú qué frío ohú qué pollas!". Igual que estos versos punkies de Carlos Cano de su canción Moros y Cristianos, gran parte de la población de esta ciudad -la que quizás tiene problemas más acuciantes como el alquiler o su pensión- asiste un año más transido de desidia al espectáculo medieval de Granada cada 2 de enero. Y no medieval por acordarse de los Reyes Católicos y su pendón castellano, sino por los ojos embravecidos, la cólera en las gargantas de quienes, tanto en un bando como en el otro, parecen huestes desarrapadas defendiendo su plaza. La Toma se barbariza con la radicalidad de quienes llevan conflictos de otra época a la actual, y viceversa. Sobre todo viceversa. Pero hay quienes se alejan de 'erotizar' políticamente este día y lo disfrutan al tiempo que el sol en la cara. Hoy hay cientos de personas que sí señalan en el calendario esta efemérides, pero sobre todo porque es fiesta local y, tras ver el desfile y oír el Granada qué, se pueden ir a tomar unas tapas al centro. "Ponte niña la peineta y la falda almidoná, que te voy a llevar conmigo pa la Toma de Graná".

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