Esto se está acabando y, aunque uno puede tener la tentación de seguir dando la barrila con lo que el virus nos amenaza y la cantidad de chicos listos al frente para darle matarile social, no hay nada mejor que separarse de todas las chorradas y ponerse al noble oficio de avivar una buena brasa, adornar un poquito de carne con la sal suficiente, abrir una botella de vino y esperar que la fiebre, buena, del sábado noche te embargue.

La brasa, terminada con carbón -que nadie es perfecto- pero iniciada con leña -nivel profesional-, ubicada en el sitio correcto y con todas las precauciones para no complicar más este verano rarito, es un espacio abierto a la confesión y a la sabiduría. El mundo es de los horteras. Como Tony Manero.

Manos a la obra artística de darle a la carne su tiempo, sin estorbarla (porque no estorbar es un arte) suenan los Bee Gees. Setentas puros. Boomer total. La canción chillona esa que ya estás tarareando se abre paso como lo hacía Tony, andando a saltitos chulos, pantalón de campana imposible, chupa de cuero, cuerpo rojo chillón que saca las solapas del cuello por encima, botines con tacón y un bote de pintura, porque hay que currar. Casi sin querer, las almas que durante la semana visten normalitas para el trabajo de todos los días se mueven al ritmillo, tímidamente primero los hombros con esa cadencia de uno antes y otro después, echados hacia delante, y luego las piernas, que al cabo de un par de segundos ya dominan una acera imaginada de NYC sabiendo que, sin la mínima duda, eres efectivamente un hortera pero, amigo mío, de ser hortera a ser el puto amo solo transcurre un instante.

Los Tony Manero que habitan en nuestro interior, porque todos tenemos alguno alguna vez, saben que los horteras en verdad son los demás. Cuando la vida te seduce en los momentillos complicados que tiene (esos de dame la mano niña, que siempre tuvimos sueños y algunos se fueron cumpliendo y otros en sueños quedaron) te recoge el espíritu Manero (con un poquito de carga sincrética, claro, porque las variantes son al final la definición de hacer lo que haces como te da la gana realmente) y con tu pantalón, tu chaqueta y tu camisa despechada, más joven de lo que eres pero menos de lo que te ves, te sale del alma apretar el paso vacilón y decirte para dentro que, en cuanto llegues a la discoteca donde lo vas a partir, estará claro que juntos subimos la cuesta y juntos la bajaremos.

Hay tipos en el mundo con nombres tan comunes como Pepe Sánchez que pueden estar escondidos en una vida de obligaciones y de esperas, pero un día cualquiera ponen la carne en el asador, suben el volumen de la música y se retan a mirarse en el espejo, a ver qué carita se devuelven. Y, joder, se resisten la mirada porque, con una sensibilidad certera, saben que lo intentan hacer bien, que lo demás no cuenta. Y el tío llora. Y ríe. Y vive. Y te lo remata: así me visto yo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios