Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Tormenta de verdades

En la guerra la primera víctima es la verdad. En la paz, el bombardeo de verdades, puede perjudicar a los medios

Solo en la guerra perece la verdad y se convierte en su primera víctima a manos de la propaganda y sus mentiras? ¿Significa esta frase, tan repetida, que cuando se vive en paz, por imperfecta que esta sea, reina la verdad? Si se repasan las verdades sagradas, que en el mundo han sido, ninguna de ellas tiene muchos visos de verdad verdadera, ni en la guerra ni en la paz. ¿Es la propaganda un invento reciente? ¿No es propaganda la de los misioneros? ¿Cuando los jesuitas se embarcaron en la prodigiosa aventura de convertir Japón al catolicismo, echaron mano de la propaganda? ¿No fueron los apóstoles propagandistas de la fe? ¿En cuanto lleguemos a Venus a confraternizar con los indicios de vida allí encontrados, no viajarán en las naves jesuitas dispuestos a convertir a todo bicho viviente? Menudo banco de interrogantes -que es como los pedagogos llaman a muchas preguntas juntas- el que acabo de formular. Más que un bloguero, hoy, parezco un banquero de preguntas. Para ir cerrando el interrogatorio, la penúltima: ¿También acabarán siendo los medios-monotemáticos, pesados, en bucle- víctimas de la pandemia? Ante una catástrofe, el público puede adoptar diversas actitudes, una, ignorarla, no hablar de ella, como si no existiera. Abismarse en las series turcas de televisión, quedarse eclipsados, horas y horas, viendo cómo atletas jóvenes se pasan el balón, saltan con una pértiga o meten un paralelo, en canchas o estadios vacíos en los que, los únicos gritos de ánimo o de desolación que se oyen, los lanzan los suplentes de los equipos o las novias de los contendientes a las que se le ha permitido ver los partidos protegidas con artísticas mascarillas floreadas. Dando la espalda al dolor y al miedo. Otra actitud posible es engancharse compulsivamente a la avalancha de datos y noticias -esgrimidos como verdades incuestionables, científicas- que suministran los medios ininterrumpidamente. Pero ¿y si los ciudadanos adictos, hartos de obviedades y, cansados de que cierto periodismo los atosigue con ellas, dejan de leer los periódicos o de ver las noticias de televisión? En la guerra, la propaganda acaba con la información objetiva, pero ahora, en esta paz cojitranca en que vivimos, el alud de incontrovertibles verdades, propagadas por los medios, puede terminar, si dura mucho más, aniquilándolos.

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