Crónica levantisca

juan Manuel / marqués Perales

Trágala

LA crisis viral que ha arrojado a las instituciones al basurero de la desafección también se ha llevado por delante a un rey que prefirió hacerse el haraquiri antes que ver a la Corona tan desprestigiada como los partidos. La abdicación ha sido un sacrificio dinástico. Pero lejos de la advertencia de Lampedusa -es preciso que todo cambie para que todo siga igual- , la entronización de Felipe VI debería ser interpretada como la ignición de una regeneración expansiva del país, una muda de la polvorienta piel de toro y una oportunidad para una reforma constitucional que sirva para mantener unido al país durante otros 40 años. Y con la argamasa no sólo me refiero a los territorios, sino a las distintas ideologías y a las diversas clases sociales. Cada rey necesita su propia Constitución, y Felipe VI deberá impulsar una Carta Magna que introduzca la democracia interna en los partidos por la vía de la ley, que separe de modo calvinista el Poder Judicial del Ejecutivo, que alumbre una Corona más espartana, que resuelva el puzzle territorial y que, a cambio, labre en piedra las competencias exclusivas del Estado.

Sí, es preciso que algo cambie para que todos sigamos en el mismo lugar. El fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, mantiene que lo que no está en la Constitución no existe. Anda, pues entonces no existe ni Andalucía ni ninguna otra comunidad autónoma. Del mismo modo que los liberales del XIX acosaban al cantar el Trágala, la Constitución del 78 no puede ser el único argumento de quienes defienden la monarquía parlamentaria como la mejor forma de jefatura de Estado o de los que piensan que este país, así, unido, es un seguro para todos. A cada debate, no se le puede contestar con el Trágala de la Constitución, porque esta Carta Magna, además, tiene muy blindada su columna vertebral, de ahí su dificultad para la reforma: se necesitan dos tercios de las cámaras. Ahí sí se refleja el miedo de la Transición.

Es mejor aplicar la pedagogía que sólo parapetarse detrás del Derecho. Y la monarquía no es válida sólo porque esté en la Constitución, sino porque es el modelo que mayor consenso ofrece entre españoles, porque el coste del cambio sería muy alto, porque esconde una fórmula para encajar a todos los reinos del país bajo una misma Corona y porque ha sabido guardar una exquisita neutralidad política. ¿Reformas? Muchas. Para comenzar, enterrar el tabú del que ha sido preso, al final, el propio Rey. Él se ha dado cuenta.

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