EN vísperas de la entrada en vigor de la particular ley seca, decretada en Granada hasta el próximo sábado, y de la supuesta llegada a nuestra ciudad de esas tribus de mozalbetes foráneos que, a decir de nuestro calderoniano alcalde, pueden "menoscabar la reputación de Granada", sirvan estas líneas para hablar de otras tribus, igualmente foráneas, tan empapadas en alcohol como las que ahora pretendemos prevenir y tan habituadas a utilizar calles y plazas como destinatarias de sus evacuaciones fisiológicas, que han hecho subir las ventas de zotal a niveles impensables para sus fabricantes. Les hablo de esos singulares grupos humanos que, ante la pasividad más negligente de nuestro Ayuntamiento, se han hecho dueños y señores de algunos de nuestros espacios urbanos sin que vecinos, comerciantes o turistas puedan hacer nada por impedir el deplorable espectáculo con el que nos obsequian día tras día, desde hace ya algunos años.

Dice el Ayuntamiento que nada pueden hacer contra ellos; que tienen su documentación y la de sus inseparables perros absolutamente en regla; que han elegido esa forma de vida; que tienen tras de sí tremendas historias personales; que se trata de un problema de servicios sociales. Puede que todas esas explicaciones sean ciertas, como también lo son los mordiscos de sus perros a los resignados vecinos, el acoso a que son sometidos nuestros visitantes o la situación de mugre y suciedad tercermundista en que han convertido algunos de los escenarios más céntricos de nuestra ciudad.

No sé si nuestro Ayuntamiento, tan sensible al efecto llamada del botellón, no tendrá que lamentarse, sin tardarse mucho tiempo, del mismo efecto para los colegas de quienes están convirtiendo en una pesadilla vivir en algunos lugares de nuestra ciudad. Tampoco sé si nuestro alcalde, tan generoso a la hora de invitar a los jóvenes a que trasladen sus borracheras festivas a Sevilla o a Córdoba, estaría por la labor de que invitáramos a tan singulares vecinos a que trasladaran su botellón diario a la Plaza del Carmen, donde podrían dormir su permanente sueño alcohólico a la sombra del Instante preciso. Seguramente si Torres Hurtado se encontrara cada mañana al llegar a su despacho con media docena de individuos durmiendo la mona, entre vómitos y orines, sí que encontraría la forma de acabar con esta situación. Pero, claro, ustedes no son alcaldes y por lo tanto su sensibilidad ciudadana está mucho menos desarrollada para soportar espectáculos como los que en Granada se viven a diario.

Así pues y para no "menoscabar la reputación de Granada" y para que nuestras calles huelan menos a zotal, orines y mierda, señor alcalde, haga algo y hágalo ya.

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