Triste guasa

Escandaliza la simpatía que los legatarios del terror inspiran en los militantes de la retroizquierda

A propósito del aniversario de uno de los crímenes más repugnantes en la sanguinaria historia de ETA, se ha recordado estos días el titular del desaparecido diario Egin, que inició su indigna andadura meses antes de la fundación de Herri Batasuna, tras el cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco: "El edil del PP apareció con dos disparos". En ese apareció se refleja un odio mucho peor que la indiferencia con la que incluso periódicos de ámbito nacional daban noticia de los continuos atentados -"Muere un guardia civil..."- todavía en los ochenta. El titular de la cabecera filoetarra sucedía a otros igualmente merecedores de figurar en la historia universal de la infamia, como el famoso "Ortega vuelve a la cárcel" con el que el frente mediático de la banda terrorista -que como demostraron los jueces actuaba en plena sintonía con los extorsionadores y pistoleros, o mejor dicho a sus órdenes- expresaba su frustración ante la liberación del funcionario secuestrado, al que sus torturadores dispensaron un trato peor que inhumano. Durante los interminables años de plomo, solía decirse con razón que la gentuza que apoyaba a los asesinos era libre de defender sus ideas por vías pacíficas, con todas las garantías de una democracia plena que no perseguía ni persigue a los nacionalistas radicales por el hecho de serlo. Lo prueba el que nunca han dejado de estar presentes en las instituciones, donde hoy como ayer siguen empeñados en torpedear el pacto que hizo posible la reconciliación y el desmantelamiento de la dictadura. Tampoco han dejado de hablar de exiliados o presos políticos -para referirse a los criminales huidos o condenados por la justicia, a los que rinden impúdico homenaje- ni de reivindicar, despreciando a las víctimas, la siniestra historia de la mafia a la que pertenecieron muchos de sus dirigentes. Sí han dejado de matar, o de acuerdo con su cínico discurso han renunciado a la "lucha armada", y pueden como pudieron desde la restauración de las libertades decir o no decir lo que quieran, otra cosa es lo que la inmensa mayoría de la sociedad española, sea cual sea su ideología, piense de su catadura moral y del daño irreparable que han causado. Escandaliza por ello la simpatía que los herederos de los victimarios inspiran en los desnortados militantes de la retroizquierda, que sigue obsesionada con la Guerra Civil pero no recuerda o no quiere recordar hasta qué punto sus impresentables aliados -legítimos, porque sus votos y escaños valen lo que cualquiera- pusieron en peligro la superación del franquismo. Es una triste guasa, como decía padre, que los legatarios del terror posen ahora de campeones de la "memoria democrática".

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