Turismo y estratosfera

Ya el viaje a la Luna fue un costoso paseo sin muchos réditos, cuya naturaleza era, principalmente, política

El señor Richard Branson se ha adelantado al señor Bezos en la cuestión de visitar el espacio, flotar un poco y volver a casa con la boca abierta. En esto, como en otras cosas, el señor Branson y el señor Bezos (también el señor Musk) se parecen a aquellos atrevidos millonarios de hace un siglo, que se dedicaban al sport y la aventura, retratados espléndidamente por Tamara de Lempika, pero cuyo epítome quizá fuera el trágico e hiperactivo Howard Hugues. Lo cierto, en cualquier caso, es que Branson le ha robado a Bezos la posibilidad de decir aquello de "un pequeño paso para el hombre, un gran paso para el turista espacial", inaugurando así una nueva parcela de tedio vagabundo, que recuerda bastante a los orientalistas decimononos que tanto deploraron Flaubert y Twain.

En efecto, Flaubert, cuando anduvo por Egipto, maldecía la costumbre de los occidentales, que iban dejando prueba escrita de su memez en cualquier vestigio a su alcance. También Twain recordaba la devastación del turismo cuáquero en Tierra Santa, cuando acopiaban piedras de los lugares bíblicos. Asunto éste, el de la predación devota, que nos recuerda que, ya en el siglo XIV, el Sultán hubo de cercar el sepulcro de Cristo para que los peregrinos no lo arruinaran, según nos cuenta Mandeville en su Libro de las maravillas del mundo, émulo del de Marco Polo, escrito un siglo antes por su escribano Rustichello. No parece, por otro lado, que el turismo espacial sea tan dañino para el mundo como pudiera serlo el turismo de tropa, el turismo ambulatorio, urgente y multitudinario, que en breve volverá a acompañarnos, con su colorida y melodramática impostura. Lo que sí parece obvio es que la hazaña del señor Branson es una hazaña vistosa e inconsecuente, equiparable a una exclusiva atracción de feria.

Ya el viaje a la Luna fue un costoso paseo sin muchos réditos, cuya naturaleza era, principalmente, política. Digamos que fue una proeza técnica sin mayores consecuencias. Esta excursión de ahora tampoco parece que ofrezca un interés inmediato, salvo el de ver la bola azul del globo mientras flotamos boca abajo como una lámpara china. Ante ese espectáculo, la vasta oscuridad, la pequeñez de la Tierra, el hombre debiera investirse de una profunda y sobrecogida modestia. Pero el turista no es criatura dada a tales sentimientos. Los turistas, la verdad sea dicha, preferimos afligir con nuestros logros la paciencia de nuestros afligidos amigos.

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