Rosa de los vientos
Pilar Bensusan
Ocurrencias
Visité Ronda el fin de semana y me queda aún el sinsabor de aquellas masificaciones ávidas de souvenirs y selfies mezclado con el sudor patente de los grupos vocingleros que abarrotaban el puente sobre el Tajo o las callejas casi albaicineras que llevan al puente viejo. Está todo perdido. La desazón ya no me dejará nunca.
Entre otras muchas decepciones, macero aún esa sensación de decorado de cartón piedra de las ciudades tópicas y típicas rendidas a los circuitos masivos.
El ‘homo turísticos’ nada tiene que envidiarle ya a un cromagnon cualquiera. Es ese individuo disuelto en la marea que hace fotos como un poseso. Ya lo notaste cuando visitabas el Louvre por ejemplo y al pararte a contemplar la Victoria de Samotracia pudiste ser pisoteado por ese Amazonas de pantalones cortos y escotes bravíos entre los pasillos de semejante espacio fotografiado y conocido hasta el hastío.
Viajar pasó de ser un lujo a un derecho del socialcapitalismo rampante y el low cost hizo el resto. Y encima, tras la pandemia, los precios desbordaron calidades para enterrar el producto.
Ese ‘homo turisticus’ devino en ese ser que vocifera y juguetea. Lejos de donde nos reprimen los controles sociales sacamos de paseo al niñato interior para incordio de los que sufren despedidas de soltero o las colas ansiosas en los retretes.
De la comida standard que domina estos circuitos sólo callar e invitar a degustar una en la granadina Plaza Nueva y vivir luego para contarlo. Es el mismo arroz congelado con tropezones y colorantes a precios de disparate. Más o menos como los precios de asaltador de caminos que se gastan en Ronda, esa ciudad que perdió su carácter castizo de toro y serranía donde ya solo es nostalgia sentirse un viajero romántico perdido hoy entre el griterío de los guías con banderín y la presión física de las huestes del Imserso.
Se impone, de nuevo, alejarse de donde va Vicente y rescatar el sabor de descubrir para no palmarla de adocenamiento tuneado de implantes estéticos que, según se ve, son el futuro de la integración social bajo una piel tatuada víctima del horror vacui.
Sí. Ronda dejó por siempre de ser lo que era. Rilke hoy huiria de semejante decorado muerto. Hemingway perdería allí el don de la escritura. Como le debe pasar a cualquier espíritu aún alerta al comprobar cómo el consumista de gran superficie ha suplantado al inquieto viajero que asumía soledad y peligros a cambio del instante único que ya daremos en Ronda por siempre al olvido.
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