En la Universidad de Granada se imparten miles de clases diarias y lo habitual es que se desarrollen con normalidad y contando con unos medios adecuados y propios del siglo XXI, más aún tras el esfuerzo realizado en las tecnologías informáticas derivadas de la incertidumbre de la pandemia; ¿las clases serán presenciales, semipresenciales, virtuales?

Fruto de la incertidumbre, en los estudios de máster, se realizó una ingente tarea de búsqueda de clases donde impartir con seguridad sus clases presenciales. Particularmente complicado fue repartir a los alumnos del máster de formación del profesorado de educación secundaria y bachillerato, unos 850 estudiantes. Complejo incluso para grupos reducidos de 40 alumnos de sus muchas especialidades.

Resolver cualquier incidencia entre esas miles de clases resulta, bastante a menudo, una verdadera caja de sorpresas, un laberinto propio del mismo Teseo. Lo habitual es que no pase nada relevante, pero a veces si pasa. Se planteó un problema, lo plantearon los estudiantes indicando que el aula tenía problemas para conectar sus ordenadores, visualizar la pantalla donde el profesorado proyectaba sus materiales e incluso colocar sus materiales en unas mesas de pala propias de alumnos de hace dos generaciones; esto en unas clases de un máster de formación del profesorado me parece particularmente contradictorio. ¿Pueden estar casi 5 horas los alumnos sin conectar sus ordenadores; qué el aula tenga un solo enchufe; forzar la vista para ver una pantalla muy lejana; estar en unas sillas con pala donde sus ordenadores hacen equilibrio meta-inestable? Planteamiento del estudiantado: ¿Podemos trasladarnos a otra aula? Las autoridades competentes me informaron que no había otra aula disponible. Ningún Teseo podía solucionar el problema, estábamos ante el habitual laberinto administrativo que en ocasiones se convierte resolver alguna cuestión en mí querida universidad. Yo transmití la respuesta: no hay otras aulas. Y lancé mi queja a los hados, puede que ustedes estudiantes la encuentren. Y, dichosos hados, siempre hay una Ariadna dispuesta al socorro. Una estudiante, dichosa Ariadna (nombre ficticio, claro), había encontrado un aula, con enchufes y con sillas mucho más cómodas que las que hasta ahora usaban y con buenas vistas. No salí de mi asombro hasta que me lo confirmaron y lo vi con mis ojos. Tras más de tres décadas de docencia, una vez más mis estudiantes me han enseñado que, además de poderlo todo, aquí no pasa casi nada hasta que pasa y que la juventud, divino tesoro, es verdad todo lo puede, incluso salir con éxito de los enigmáticos recodos de la gestión universitaria. Vale.

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