¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Urracas

Inauguramos septiembre como clausuramos julio, sin Gobierno ni dinero, pero con el color y el perfume de agosto en el cuerpo

Enrique García-Maíquez se lamentaba la otra noche de que el nombre de Urraca se está perdiendo irremediablemente en el Registro Civil. Gracias a indagaciones posteriores hemos comprobado que al poeta del Puerto de Santa María le asiste, una vez más, la razón. Al parecer, la extinción se consumó hace ya algunos años y la última mujer que lo portó falleció en 2013, perdiéndose definitivamente una dignidad que ostentaron las más rancias y altivas damas de Asturias, León, Castilla y Portugal. En una sociedad en la que hasta el borrego más contumaz presume de originalidad e independencia, nadie se atrevería a poner a una de sus hijas un nombre tan contundente y sonoro como el que nos ocupa, pese a remitir a una de las aves más inteligentes y admirables que surcan los cielos de Europa.

Ya nadie le pone Urraca a sus retoños, pero eso no significa que los españoles actuales, especialmente los que engrosan eso que hemos bautizado como "clase política", no sigan practicando los vicios del inquieto y versátil córvido blanquinegro. Recordemos, sin ir más lejos, la enigmática manía de llevarse al nido objetos brillantes que previamente han sido sustraídos a un desdichado, tal como le ocurrió en uno de los álbumes de Hergé a la blonda Castafiore, la terrible diva que martirizaba los oídos dipsómanos del capitán Haddock. Los penales de España están repletos de las maricas (así nombran a nuestra avecilla en algunos pagos ibéricos) que fueron sorprendidas haciendo demasiados viajes entre los joyeros de la Hacienda pública y sus moradas, generalmente construidas con borra ajena. También de los que, como dicen en Cataluña, quisieron darnos urraca por perdiz, que es la versión aérea y catalufa del más carpetovetónico "camino francés, dan gato por res".

Pero donde se observa una mayor afinidad entre la picaza (otro de los heterónimos del pájaro) y nuestros políticos es en el gusto por la palabrería hueca, defecto que la malajosa sabiduría popular reprocha a ambos semovientes. Buena prueba de lo dicho la hemos tenido este agosto ya cadáver, en el que el parloteo político se ha mezclado sin permiso ni consideración con los gritos de los niños en la playa, la berrea de los jóvenes en la madrugada y los popurrís de música verbenera en las aldeas estrelladas. Como gamberros que perturban la siesta, nuestros políticos nos han molestado casi por placer, sin que tanto berenjenal haya servido para nada. Inauguramos septiembre como clausuramos julio, sin Gobierno y sin dinero, pero con el color y el perfume del veraneo aún en el cuerpo. Podría haber sido peor.

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