¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Vacaciones (primer día)

El día que acaben con las vacaciones, las turbas volverán a asaltar los palacios

Mientras Pedro Sánchez juega a los dados con la política española, hacemos la maleta con una oreja puesta en Radio Nacional y la otra en la vida que pasa por debajo de la ventana. Intentamos cumplir con el mandamiento machadiano: viajar ligero de equipaje. Poca ropa, la suficiente para vestir con dignidad y aseo; dos pares de zapatos, uno para el pueblo y otro para caminar por los senderos; y algún libro con el que matar las moscas del aburrimiento. El perro ya presiente los mejores días y trota alegre por la casa. Quizás aún conserva en la memoria el amplio mar de pámpanos rompiendo contra la mole de Hornachos, el paisaje de sus galopadas más intrépidas. Las hijas, nerviosas, preparan una valija que parece pensada para una larga temporada en la Rivière… Definitivamente hemos pasado a mejor vida: estamos de vacaciones.

No se llega a los cincuenta años impunemente y ya sabemos que las vacaciones son un espejismo; que, in ictu oculi, volveremos al tajo y al sudor de los días. Muy atrás quedaron esos veranos infinitos de la infancia, cuando cambiábamos de paisaje y acento durante meses, cuando aún no habían desaparecido para siempre ciertos rostros y no sabíamos que el futuro es un homicida, cuando nos creíamos destinados a una vida de continuos fulgores y epifanías. Ahora nos conformamos con mucho menos: la brisa fresca en la atardecida, alguna conversación que nos provoque la risa, una repentina borrachera que nos haga tambalearnos en la noche como un viejo capitán de altura, un puñado de páginas memorables, el descubrimiento de un cuadro, un árbol, un vino, una ojiva… Sin embargo, pese a lo dicho, en las vacaciones siempre vive algo del niño iluso que fuimos y las comenzamos con el sentimiento de que inauguramos un tiempo nuevo en el que todo es posible. Para el hombre urbano contemporáneo, las vacaciones cumplen la función que desempeñaban en el mundo tradicional los ritos sagrados y las cosechas: regeneran el tiempo y nos evitan hundirnos en la angustia de una sucesión de días sin sentido ni anclaje.

Cuando la crisis económica, algún lumbrera con doctorado -probablemente uno de los que la provocaron- apuntó la idoneidad de acabar con las vacaciones estivales. Ese día, pensamos, volverán las turbas a asaltar los palacios y las llamas devorarán el toile de jouy de sus cortinas. Porque el hombre de hoy puede soportar cualquier cosa, pero no una existencia sin el horizonte dilatado que se observa desde la atalaya del primer día del veraneo.

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