Manuel Jabois le hace una excelente entrevista a Vargas Llosa en El País. Hablan de literatura, del metódico proceso de creación del premio Nobel frente a la improvisación de Cortázar, del pecado y Neruda, del deslumbrante lenguaje de Flaubert en Madame Bovary, de Sartre y Camus, pero el periodista no evita preguntarle el por qué de su famoso puñetazo a García Márquez en 1976. Y tampoco se ahorra ocho preguntas sobre el final de su relación con Isabel Presley. El escritor dice hasta cinco veces que no va a hablar de ella. Y en la última respuesta le da a Jabois el titular de que no se arrepiente de nada, absolutamente.

La ausencia de arrepentimiento no es literaria ni política, sino por su estancia en el circo de la prensa rosa. De lo que no se arrepiente es de este romance, porque en su ensayo Sables y utopías en 2009 lamentaba haber apoyado en algún momento a la revolución cubana o a la guerrilla de su país. El arrepentimiento es un dilema metafísico. Cervantes sostenía que es la mejor medicina para las enfermedades del alma. Más práctico, Saramago plantea que arrepentirse no borra lo que ha pasado y que el mejor arrepentimiento es cambiar.

Una canción famosa puede ser soporte sentimental a la salida del escritor del túnel de la prensa rosa, non, je ne regrette rien, de Edith Piaf. "No, no me arrepiento de nada, ni del bien que me hicieron, ni del mal… Está pagado, barrido, olvidado, no me importa el pasado". Piaf tuvo una densa vida sentimental, que probablemente supera a la del Nobel. Algunos de sus amoríos fueron muy sonados: Yves Montand, Marlon Brando, Aznavour o Moustaki. El refranero nos advierte sobre evitar las promesas para reducir riesgos. Aunque a los políticos no les importa prometer. El gaullista francés Charles Pascua lo hacía sin remordimientos: "las promesas electorales sólo comprometen a quien se las cree".

La incómoda compatibilidad entre la vida mundana y el arte no es nueva. Cuentan que a Olga Kokhlova, la bailarina de los ballets rusos de Diaghilev primera esposa de Picasso, le encantaba llevar a fiestas de la alta sociedad parisina a su célebre marido, a quien la etiqueta y aquel público le resultaban molestos. El año en el que se conocieron, 1917, Olga era su musa. Pasaron por Barcelona y cuando Pablo le dijo a su madre que tenía una novia rusa la perchelera mostró su decepción: "con lo guapas que son las españolas". Nada arrepentido, Picasso pintó a Kokhlova con el paño de una mesita de hotel a modo de mantilla española para demostrar a su madre que podría pasar por nacional. Después llegaron las infidelidades. Estaba lejos en el tiempo la canción de Jacques Brel, ne me quitte pas (1959), escrita a una mujer a la que traicionó: "todo puede ser olvidado, debemos olvidar, no me dejes". Brel sí que era un arrepentido.

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