Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Veinte años no son nada

ES fascinante el lenguaje aparentemente trivial que utiliza la administración para revestir de normalidad hechos atroces y, aún peor, sin vuelta de hoja. Ayer supimos que en el transcurso de los últimos veinte años han desaparecido (o esfumado, o disipado, no sé bien cuál sería el término menos metafórico y más preciso) setenta inmuebles protegidos por su valor histórico o arquitectónico en el barrio del Albaicín. Si tenemos en cuenta que en 1990 el catálogo recogía 900 edificaciones, en dos décadas el barrio ha perdido el 8 por ciento. Si se mantuviera la misma proporción devastadora, en cincuenta años el Albaicín estaría medio arrasado. Pero no es el futuro el único tiempo del que somos responsables. También lo somos del pasado inmediato. Si a partir de 1990, después de más de una década de ayuntamientos democráticos y dotados de toda clase de instrumentos jurídicos para prevenir la especulación urbanística y preservar el patrimonio, se han perdido 70 edificaciones ¿qué ha ocurrido en los últimos cuarenta? ¿Qué patrimonio ha perdido el Albaicín?

Pero volvamos a la cuestión lingüística con que hemos iniciado el comentario. El plan especial de protección del Albaicín, elaborado por el ayuntamiento, describe el fenómeno depredador de las últimas dos décadas de esta manera: "Se ha visto que algunos edificios han sido convertidos en solares o han sufrido una ruina progresiva que impide la recuperación de sus elementos originales, o han sido reformados completamente sin tener en cuenta las especificaciones establecidas".

El anónimo redactor municipal elige la máscara neutral del pronombre reflexivo ("se ha visto...") como si, más que un responsable directo del mantenimiento de la disciplina urbanística, fuera un arqueólogo o un historiador que diera cuenta de un hecho desgraciado -pero inevitable- ocurrido en un pasado remoto e intangible: se han visto la ruinas de Cartago, se ha observado la devastación de Pompeya... No menos admirable es el verbo discretísimo, casi entomológico, que usa para describir la destrucción de los edificios -convertir- como si la desaparición de los edificios más que una prueba de la incuria de la Administración fuera una de las fases de una metamorfosis inevitable.

No es desde luego el actual equipo de gobierno el único responsable. Ni tampoco la única administración, qué va. En veinte años han desfilado varias. El proceso de degradación del Albaicín es antiguo. Veinte años no son nada.

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