Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Veinte años

QUIENES durante dos décadas hemos conocido la historia y la intrahistoria de la Orquesta Ciudad de Granada estamos acostumbrados a los dislates y a los repentes de las Administraciones. No nos vale la frase tan manida que nos alerta de que cuando veamos pelar las barbas del vecino... En realidad, los que hemos sido testigos de todas las zancadillas y acechanzas que ha tenido que superar la orquesta, incluso en sus momentos más gloriosos (la etapa de Josep Pons), llevamos veinte años con las barbas en remojo por si algún infausto día aparece el barbero diabólico con su navaja a lo Tim Burton.

O dicho de otro modo, vivimos con la fatídica mosca rondándonos la oreja como si fuera un satélite natural. Una orquesta es un artículo muy caro y, por tanto, su mantenimiento es complicado. Quitar la deuda, que llegó a cerca de dos millones de euros, le ha costado años de sufrimiento. Pero el dinero no ha sido el único problema, por supuesto. También ha padecido el desencanto de los músicos, los convenios colectivos y, el golpe más duro a mi entender y aún no superado, el adiós de Josep Pons, la persona que la elevó a la cima y, sobre todo, tendió unas lazos de complicidad con los músicos y con toda la ciudad que van mucho más allá de la labor de un director de orquesta. Pons fue un dinamizador extraordinario de la vida cultural de la ciudad, un creador apasionado capaz de comprometer con su proyecto a cualquiera con imaginación y voluntad. Y esa tarea contagiosa, que no estaba en su sueldo, es lo que se echa de menos.

El peligro que acecha a cualquier proyecto cultural es la medianía. Las instituciones, en su afán de equilibrar territorialmente las ayudas para evitar deserciones del voto, suelen apostar por la homogeneización. Si hay una orquesta aquí, abramos otras allí; si estas ciudades cuentan con universidades igualémoslas con las que no tienen; si hay dos festivales punteros de música clásica creemos quince o veinte y tratemos de igualar su calidad por lo bajo. Etcétera. Sin tener en cuenta, por supuesto, ni la historia ni la tradición. La OCG no fue una concesión administrativa, sino el fruto de un empeño (el del alcalde Antonio Jara) basado en la ilusión colectiva, una orquesta que fue cumpliendo etapas hasta su despegue. O como evocaba Josep Pons en la magnífica revista conmemorativa de los veinte años, editada ayer por nuestro periódico, "nuestro objetivo no era triunfar en Madrid, sino en Viena".

Y ese es el reto de hoy. No vale sólo con triunfar en Granada ante un público habituado a los triunfos granadinos de la orquesta.

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