Ayerse cumplieron años de la muerte de Velázquez. Como ya se ha contado aquí, Velázquez muere el viernes 6 de agosto de 1660, a las dos de la tarde, y será enterrado al anochecer del día siete, en la extinta iglesia de San Juan Bautista, junto al viejo alcázar de los Austrias. Gaya Nuño, no sin emoción, recuerda que don Diego marchó al más allá "con la roja insignia al pecho". Y Ortega ya había insistido en el carácter cortesano, en la aspiración nobiliaria de Velázquez. Asunto que se podría decir, con mayor motivo, del gran Rubens (acaso el único amigo, junto con Velázquez, de Felipe IV). Lo que no se ha señalado con tanta frecuencia es el carácter erudito del pintor, y la importancia que tuvo su comisión a Roma en 1648, para acrecer la colección real que hoy figura en el Prado.

Ya en tiempos de Carlos III, Mengs haría la misma función velazqueña, trayendo de Italia los vaciados en yeso que hoy reposan en la Academia de San Fernando. La expedición de Velázquez, sin embargo, era más suntuaria que didáctica. Felipe IV quería poseer pinturas poco usuales (Rafael, el Veronés, el Parmigiano, etc.), así como vaciados en bronce, sin parangón en otras cortes europeas. Todo lo cual cumplirá Velázquez en número asombroso y con no menor brevedad, a pesar de que el rey se quejaba a su embajador de la naturaleza flemática de su pintor de corte. Fue en Roma, por otra parte, donde Velázquez concederá la libertad a su esclavo y ayudante (y pintor de mérito), Juan de Pareja, cuyo retrato se exhibiría durante días a la entrada del Panteón, dada la maestría de su ejecución. De hecho, tres años antes de su muerte, Velázquez quiso ir por tercera vez a Roma (a la primera, de 1630, corresponden las dos primeras pinturas al aire libre que se conocen, sus dos Vista del jardín de Villa Medici), siendo así que Felipe IV no lo dejó marchar, quizá no tanto por la lentitud del pintor, como por la impaciencia regia.

Lo cierto, en cualquier caso, es que esta colección, distinta y superior a las de otras coronas europeas, fue una sugerencia expresa de Velázquez a Felipe IV. Por aquel entonces, ya no era posible adquirir antigüedades de calidad, pero sí copiarlas en otros materiales que le ofrecieran un mayor fasto. A lo cual se añadía, como decimos, la adquisición de pintura moderna, con la que prestigiarse ante otras monarquías. ¿Hasta qué punto no estaba eligiendo Velázquez su linaje pictórico, a cuya cabeza se hallaba él ahora? ¿En qué medida no fue la colección real una colección íntimamente, radicalmente, sutilmente velazqueña?

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