Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Vengan naciones

Esta España majadera, rancia, carlista y retrógrada está tan a sus anchas que ha logrado eclipsar cualquier otra cuestión

Asegura Miquel Iceta haber contado ocho naciones en España y uno sólo puede preguntarse cuánto tiempo habrá que esperar hasta que al portavoz de turno se le ocurra soltar otra estupidez semejante. Lo cierto es que este país debe haber cometido en el pasado un pecado ciertamente ignominioso e imperdonable, un despropósito aberrante entre el brutalismo y el incesto que ríase usted de la Inquisición y la leyenda negra para que en este siglo XXI todo sea nacionalismo y nada más que nacionalismo, para que todo consista en este folclore cateto libre de complejos, para que los cargos electos con responsabilidades públicas se líen a vociferar sobre si se sienten de aquí o de allá, sobre las diferencias genéticas entre la población de esta curva y la de la siguiente, sobre si los de allí son así y los de aquí son de aquella manera. Esta España majadera, rancia, de los santos patronos y de la madre del cordero, que va de progresista y posmoderna cuando ni siquiera acierta a encajarse la faja, carlista y retrógrada, que amenaza con golpes de Estado en virtud de unos derechos históricos cuya sola mención atenta contra la dignidad de la democracia, se encuentra tan a sus anchas que ha logrado eclipsar cualquier otra cuestión. Con el y de lo mío qué todo el día en la boca resulta que ya no nos queda nada más de lo que hablar.

Y en éstas dicen los de Vox que sólo los ricos no necesitan patria: ya no nos basta con las naciones de marras, también hay que tragárselas atravesadas de afecto, bajo palio, consagradas, patrióticas. Y tienen razón, por supuesto: mientras estamos con que si una nación o diez mil, no tenemos que gastar el tiempo en hablar sobre derechos, sobre crecimiento, sobre educación, sobre prosperidad, sobre ciencia y cultura, sobre creación de empleo. Si usted es español tal vez esté en el paro, tal vez soporte un sistema educativo que hace aguas ante la pasividad de quienes tienen a mano establecer un pacto político y prefieren no hacerlo, en cualquier caso vivirá en un país donde las inversiones para investigación y desarrollo son nulas hasta la tragedia, pero tendrá una nación y una patria de las que sentirse orgulloso; más aún, podrá optar por alguno de los regionalismos extremos que le proponen exactamente lo mismo mientras su estatuto de ciudadanía le es arrebatado. A quién le importa ser pobre si la Virgen del Carmen acude a consolarnos. Hasta ocho Vírgenes cuenta Iceta, ya ven. El cielo al completo.

Quién diría que en el siglo XXI la idea de que las naciones no son nada más que mercadería barata en manos de canallas sería revolucionaria. Habrá que insistir.

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