Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Vergüenza catalana

Es triste ver a ciudadanos engañados, utilizados por una pandilla de fanáticos que estimulan la violencia

Cataluña arde tras la tibia sentencia del procés, y cuando escribo estas líneas no sabemos dónde puede llegar la violencia desatada y estimulada por la pandilla de fanáticos supremacistas que gobiernan la región más próspera de España. Es triste contemplar cómo una parte de un pueblo que creíamos civilizado y culto, se deja manipular por esos individuos, promoviendo el odio, la superioridad de raza y origen -¡qué recuerdos más dramáticos tenemos en Europa!-, prometiendo paraísos que saben no van a alcanzar. Pero amparados en esa quimera viven cómodamente en sus sillones del poder, como ocurre con el impresentable Torra, dirigido por el cobarde Puigdemont, refugiado en su rica mansión de Waterloo, pagada por los contribuyentes.

Tan ruines y cínicos son que se han ocultado falsamente en la noble idea del pacifismo, pero han estimulado la violencia actual. Ahí están los ejemplos de los miles de ciudadanos que acudieron a la llamada de cercar el Aeropuerto de El Prat, donde centenares de viajeros o no pudieron llegar a tiempo o no pudieron salir, durmiendo en el recinto, con niños y ancianos, sin comida ni bebida. Muchos extranjeros, indignados, declararon que no volverían jamás a Cataluña que es lo que harán españoles y extranjeros, en una tierra sin ley, sin democracia y sin respeto a los derechos básicos de los ciudadanos, como no volverá el turista francés que, informan, murió en el aeropuerto de un infarto y no pudo ser evacuado. Ya se han suspendido varios congresos internacionales. Los asaltos contra sedes, los incendios callejeros, los cortes ferroviarios, de carreteras, etc., amén de las agresiones sufridas por otros catalanes -como los golpes propinados a una señora portadora de una bandera española o un vecino que intentaba apagar uno de los múltiples incendios o como apaleaban a mossos aislados a los que se les arrojan hasta cócteles molotov- no parece ser ejemplo de pacifismo ni de civismo, pero sí el rostro de la República bananera que pretenden los líderes, condenados o en libertad. Españoles ni catalanes pueden admitir el vandalismo impuesto en Cataluña para hacer torcer el brazo del Estado y, sobre todo, del ambicioso Sánchez que lo vemos contemporizar con estos individuos. La gente no olvida que llegó a recibir a Torra, en La Moncloa, como si fuera el jefe de un Estado soberano, cuando no es más que un peligroso agitador de masas que está hundiendo a Cataluña.

Son momentos difíciles. Pero el Estado tiene que responder con firmeza ante este nuevo desafío. No es fácil, cuando los disturbios y movilizaciones los organiza o propicia el propio gobierno catalán y los grupos violentos están respaldados, cuando no nacidos, en connivencia con él. Ya veremos en qué queda esta locura y esta vergüenza.

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