Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Vergüenza política

España atraviesa uno de los periodos más deleznables de su reciente historia democrática

Los clásicos griegos ya advertían de las diversas caras de la política, capaz de convertir el instrumento básico para las sociedades, en elemento deleznable que puede producir infinidad de problemas y hasta tragedias en esa sociedad. Hablamos, naturalmente, de política en Democracia, en estos últimos cuarenta años en España, tras superar la abominable etapa franquista y otros momentos cainitas, pródigos en nuestra historia.

El Parlamento se ha convertido no en una cámara para escuchar la voz del pueblo, sino en un patio de vecinos incultos y mal educados, que en vez de manejar ideas nobles, intercambian insultos personales. El repugnante episodio, entre Gabriel Rufián, acostumbrado a insultar a todo el mundo, y el ministro Borrell, quién afirma que le escupió un parlamentario de ERC, es uno más de los vergonzosos actos que se suceden en las Cámaras, habitual, por cierto, en los seguidores secesionistas en Cataluña, insultando y acosando a jueces o políticos, mientras Sánchez mira para otro lado para no molestar a los socios catalanes, pese a las humillaciones.

Más grave es el espectáculo dado por el reparto del poder judicial, con la lenguaraz vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, anunciando al juez Marchena como presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Supremo, antes de decidirlo los vocales, o que otro impresentable, el portavoz popular del Senado, Cosidó, se jactara de controlar la sala Segunda del alto Tribunal, cosa que ha originado hondo malestar en el mundo judicial y la dimisión del señor Marchena, prestigioso magistrado que no desea ver manchada su trayectoria con estos cambalaches. La política no debe meter sucias manos en la Justicia. Dejemos a los profesionales que elijan a sus representantes y habrá tiempo de elogiarlos o criticarlos, pero nunca mancharlos con la peor sospecha: su falta de independencia. Por cierto, la ministra de Justicia ha destituido al miembro del Consejo de Estado que votó en contra del informe dictado por el Gobierno para definir los delitos de los golpistas catalanes como sedición y no como rebelión, en ese giro a que nos tiene acostumbrado Sánchez cuando habla como presidente o pensaba antes de serlo, en su doble personalidad de Jeckyll y Hyde.

En fin, hemos convertido la noble labor política en una democracia en un signo de vergüenza.

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