Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Versos para una buena muerte

Hay imágenes que conmueven: las de un Lorca o un Sánchez Ferlosio, familiares, en bata y zapatillas

Hay imágenes chocantes: ver a un político en campaña, intimando con una vaca, sin su consentimiento, o a un papa, bajándose de la silla gestatoria de los arcanos teológicos, para contestar a las preguntas de un periodista, como un personaje más de Sábado Deluxe, como si no supiera que "el medio es el mensaje" y que el medio televisivo, a modo de Thermomix, homogeneiza todo lo que tritura sus cuchillas. Desde que la misa dejó de decirse de espaldas a los fieles, no se había producido una claudicación semejante. A una comunidad de monjas misioneras, según mis noticias, no le gustó nada que el Papa dejara por un rato al Espíritu Santo el gobierno de la iglesia (como si el Espíritu Santo fuese su manijero), para adorar a Évole, el becerro de oro audiovisual. También hay imágenes que nos conmueven: acaba de morir el escritor Sánchez Ferlosio. De Lorca y de Ferlosio hay dos imágenes muy tiernas: la de un Lorca maduro, enfermo de gripe, nada teatral, enfundado en un batín de paño, derrotado por la fiebre y que no sabe que la muerte lo aguarda pronto en Granada, su Granada. Y la de una foto de Ferlosio en zapatillas caseras de fieltro, sesentón, que no ha necesitado de unasskechers para recorrer todos los mundos que recorrió. Otras, son imágenes irritantes: la de Kichi, poniéndole una medalla a una talla o la de Susana Díaz, rodeada de legionarios erectos, con el Cristo de la Buena Muerte. Ni Lorca ni Cristo pudieron disfrutar de una buena muerte: Cristo, martirizado por su pueblo, y Lorca, fusilado por sus paisanos, orgullosos de "haberle dado dos tiros en el culo por maricón". No todo el mundo tiene la mala suerte de unir al dolor irremediable del morir, el de los insultos de una jauría de verdugos. Mi maestro, don Emilio Orozco, murió dulcemente, consolado por los luminosos versos de San Juan de la Cruz que le leía el organista de la catedral. Ferlosio, a sus noventa años, próximo a morir, llamó a un amigo para que le leyera estos versos de Leopardi: "me acuerdo de lo eterno /y de las muertas estaciones y la presente y viva, / y sus sonidos. Así a través de esta / inmensidad se anega el pensamiento mío; y naufragar me es dulce en este mar". El oxímoron buena muerte no lo es tanto, si mueres de viejo y cierran tus ojos unos versos, leídos por la compasiva voz de un amigo.

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