Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Viajes imposibles

Cuando pienso en viajar me conformaría con poder acercarme al Barrichuelo a robar caquis

Hablar de viajes es, naturalmente, hablar de Ulises y de las salidas de casa de hombres a por tabaco o a enamorar a alguna Nausícaa, en edad todavía de jugar en una playa con sus amigas a la pelota. Sabedores los rapsodas de que los oídos femeninos les eran más propicios que los masculinos, solían imaginar confortable a Ítaca, la isla en la que una Penélope tejedora esperaba la vuelta de Ulises, ya cascado, pero todavía dispuesto a libar las últimas gotas del amor casero, en pago de su larga ausencia. Pero también hubo una monja gallega, algo ulisíaca -a monxa Etheria-, que viajó, entre 381 y 384, por Egipto, Asia Menor, Palestina y Siria, Mesopotamia y Constantinopla, y que dejó constancia de ello en un libro, escrito en latín vulgar, Itinerarium ad Loca Sancta, de enorme éxito en la Edad Media. Pero a diferencia de Ulises, la monja se llevó en la valija a Cristo, su divino esposo. Cuando se sale de viaje, conviene saber a dónde se quiere ir y a dónde se ha de regresar. Llegarse hasta el cabo Sunión, para ver atardecer en el mar Egeo y luego cenar pargo a la parrilla en un chiringuito cercano, merece la pena. Peregrinar en bicicleta, desde Roncesvalles a Santiago, sentarse en el suelo de la catedral y dejar que el incienso del botafumeiro disimule los miasmas de la peregrinación, es algo que le está permitido hacer a cualquiera, porque este Camino de perfección corporal y espiritual "abre sus puertas a todos, enfermos y sanos. Así a los católicos como a los paganos, a judíos, herejes, ociosos y vanos". Gratificante viajar para ver la mella de la cabeza momificada de santa Catalina en Siena, las torres de San Gimignano, el inextricable monte de Venus que puebla el pubis de la chica del cuadro de Courbet El origen del mundo, las secuoyas del bosque petrificado de Lesbos… Pero ahora que sólo puedo viajar alrededor de mi lecho, al que hace tiempo que le sobra la mitad, echo de menos, acercarme a la tienda de mi costurera para que le meta al pantalón, remontar las empinadas cuestas que llevan a la biblioteca de Huétor, ir donde Fran, a por un tomate de huevo de toro, robar algún caqui o un membrillo, aquí al lado, en el Barrichuelo, ir en moto a Santa Ana, cerca de Alcalá la Real, a por aceite Malacasta. Esos son los viajes imposibles e insignificantes que me gustaría emprender hoy.

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