Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Víctimas

Vaya uno a donde vaya está rodeado de víctimas a las que hay que soportar su queja y su lamento

Estos tiempos llevan el camino de ser recogidos en los futuros manuales de Historia como la Era de la Llorera, una época de lágrima fácil y barata dominada por el victimismo. Vaya uno a donde vaya está rodeado de víctimas a las que hay que soportar su queja y su lamento. Sea el lugar que sea -el supermercado, el ambulatorio, el autobús, el tren o el avión, en el cine, en la oficina-, siempre hay algún taciturno con el mentón soldado al esternón rumiando su infortunio antes de condenar a los demás a ser oyentes de la retahíla de sus desgracias con la pretensión de encontrar un igual, un cómplice de su desdicha.

Si son creyentes piensan que Dios los hizo olvidándose por completo de su imagen y semejanza, un sábado por la noche con ganas de echar el cierre y deseando que llegara el descanso del séptimo día, así que solventó su creación con una faena de aliño, y por ello se ven como víctimas de la desgana divina. Y si por el contrario tienen claro que son el producto de una ensalada de óvulo y espermatozoides contemplan cada mañana en el espejo el resultado acelerado y en frío, sin amor, pasión ni placer de un aquí te pillo aquí te mato de sus progenitores: el padre llegó, se alivió y la madre ni se enteró, y ahora vagan por el mundo como víctimas de una coyunda marital desangelada.

Necesariamente no les tiene por qué ir mal en la vida. Hay ricos convencidos de que son víctimas de Hacienda, que los persigue de manera implacable con sus impuestos del demonio. Y entre los que tienen un empleo -que ya es bastante- el jefe se dedica a sufrir víctima de la incomprensión y la mofa de sus subalternos y entre éstos hay más de uno que se comporta como víctima de la indiferencia y el desprecio sus compañeros. Y no hay que olvidar a los colectivos de víctimas: los catalanes víctimas del Estado español y los andaluces víctimas... bueno, los andaluces son víctimas de lo que Susana Díaz y la Junta ordenen que hay que ser víctima.

Es bastante probable que al final de cada jornada estas víctimas lleguen a casa arrastrando los pies, y ya en el hogar, creyendo que van a encontrar el abrigo de los suyos frente a esa injusticia sideral de la que aseguran que son víctimas, revelen a su pareja (o al perro) su aflicción y pesadumbre buscando caricias o lametones, pero fracasarán porque tanto su cónyuge como su mascota saldrán pitando para no ser víctimas, una noche más, de la agobiante e insufrible brasa de la víctima.

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