¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Viejos y nuevos trenes

El tren se convierte en un nuevo símbolo del irredentismo andaluz, que como todos los mitos tiene algo de realidad

Desde los inicios de la Revolución Industrial, el desarrollo de occidente ha ido estrechamente unido al ferrocarril. Si tuviésemos que escoger una imagen que ilustrase la épica del capitalismo decimonónico, ésta sería sin duda el cuadro de Thomas Hill que retrata el Golden Spike (remache de oro), el acto con el que se culminó, en 1869, la conexión por tren de las dos costas norteamericanas. En general, la historia económica está llena de hitos ferroviarios: en España recordamos con nostalgia colonial la inauguración de nuestra primera línea, La Habana-Güines, en 1837, y la mejor estampa del "milagro japonés" en los años 60, tras el Apocalipsis de la II Guerra Mundial, fue la del futuristaTokaido Shinkansen cabalgando silencioso a los pies del Monte Fuji.

El gran gesto andalucista de la política de infraestructuras de Felipe González fue su decisión de que la primera línea de AVE española uniese a Madrid con Sevilla, y no con Barcelona, como marcaba la lógica desarrollista heredada del franquismo. De todos es sabido que González buscaba un símbolo y una herramienta para impedir que se reprodujese en España una fractura tan marcada como la que ya existía -y sigue existiendo- entre el norte italiano y el Mezzogiorno. Frente a lo que muchos pronosticaron, fue un auténtico éxito.

En general, la tecnología AVE supuso una recuperación en los 90 del ferrocarril, que en nuestro país había sido marginado durante décadas para primar el transporte por carretera, con el consiguiente coste ambiental y de vidas humanas y los pingües beneficios para determinadas empresas. Ahora, el tren vuelve a ser el paradigma de modernidad. Es por ello que Rajoy se ha apresurado a garantizarle a los catalanes que todos los tramos del Corredor Mediterráneo de su territorio -esa gran autopista ferroviaria que vertebrará de norte a sur Europa- estarán acabados en 2020. Es su manera de proponer al principado una reedición del viejo pacto, "dinero a cambio de unidad", para superar la crisis del soberanismo. Mientras tanto, los planos de dicho Corredor a su paso por Andalucía son pasto de los bichos, como las desmesuradas cartografías que describe Borges en su relato Del rigor en la ciencia. El tren se convierte así en un nuevo símbolo del irredentismo andaluz, que como todos los mitos tiene algo de realidad. También, probablemente, en un varapalo a las aspiraciones del PP-A de gobernar en la Junta, que habían empezado a florecer con la primavera.

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