ALBERT Camus en La peste observaba escéptico la euforia de los habitantes de la ciudad de Orán que, ignorando la naturaleza del mal que creían vencido, se veían para siempre libres de la plaga. Hoy no podemos desconocer lo que sucede más allá de las murallas; las enfermedades que se ceban en los humanos no se distinguen de los virus que atacan a los sistemas informáticos y son siempre pandémicas en un mundo cuya metáfora es el centro comercial, donde es imposible perderse pues siempre estará Burger King, Decathlon o Swarosky, aunque de puertas afuera esté Seul, Caracas o Granada.

Es ésta una sociedad viral, un mundo contagioso; y todavía hay estúpidos que piensan que restringiendo vuelos o cerrando fronteras se controlan plagas tan universales como una camiseta del Real Madrid. Lo pide Sarkozy, pero también los "solidarios" Castro y Correa quieren poner a México en cuarentena, para que se mueran de gripe ellos solitos sin contagiar al resto. La epidemia de Gripe A que en 1918 se llevó por delante a cincuenta millones de personas se bautizó española no porque atacara con mayor virulencia a la Península Ibérica, sino porque la neutralidad de España en la Gran Guerra facilitó que aquí se pudiera informar con relativa libertad de los efectos y cifras de aquella pandemia mientras las potencias en conflicto censuraban cualquier información de efecto desmoralizador. Hoy ese silencio impuesto es impensable. Hierven las redes sociales y los foros, expertos y legos discuten en debates mundiales si las mascarillas sirven para algo, si se dará rápidamente con una vacuna o si será alta la mortalidad. Información y desinformación corren tan libres como el virus; ¿cuál es más rápido? Parece obvio que los periódicos tienen la batalla perdida, pero también los comunicados oficiales de los ministerios de Sanidad. Twitter y los sms son las sirenas antiaéreas de mañana mismo.

¿Quiénes caerán como chinches? Esperen a que la pandemia llegue a África. Quienes se quedan fuera del mundo interconectado están al alcance de las plagas globales, pero no de las soluciones globales. Habrá vacuna, pero para ellos será cara. A los más pobres les matan los virus, pero también los derechos de autor científicos, las patentes farmacéuticas. Hay que piratear, convertir el antídoto en software libre, robar las fórmulas y colgarlas en Internet para que cualquiera pueda reproducirlas. Sólo si derribamos las barreras del conocimiento y lo distribuimos libremente, las nuevas redes serán armas revolucionarias. Cuando la información sea un suministrador de anticuerpos a los males comunes la propia sociedad tendrá en sus manos todas las curas; de lo contrario seguiremos corriendo el riesgo de que -Camus dixit- "un día la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

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