MIENTRAS que cuatro de cada diez jóvenes que salen de la universidad con el título bajo el brazo tienen dificultades para encontrar un trabajo acorde con su formación y acaban por ejercer un oficio inferior a su titulación y capacidad, faltan plazas de Formación Profesional (FP) para los chavales que no pueden/quieren acceder a la enseñanza superior.

Alrededor de cuarenta mil alumnos se quedan cada curso sin plaza para seguir un ciclo medio de Formación Profesional, lo que quiere decir que se agrava la brecha que nos separa de Europa en cuanto a titulados medios de FP, que es una de las carencias más destacadas de nuestro sistema educativo. La población española hasta los 24 años que termina estudios de FP es un 38% del total, frente a un 52% de media en la Unión Europea. Falta quienes desempeñen determinados oficios necesarios para la solidez productiva de una economía desarrollada.

Esta situación tiene que ver con un viejo problema social y cultural: el prestigio, a veces inmerecido, de la enseñanza universitaria, que nace de la legítima ambición de muchos padres que no pudieron, por dificultades económicas, acceder a los estudios superiores de que sus hijos sí lo hagan, independientemente de la propia vocación, capacidad y disponibilidad de éstos. Todavía funciona en algunas generaciones la idea de que un hijo con título universitario es de por sí una mejora del estatus familiar y un signo de triunfo social. Y en otras, que ya fueron a la universidad, se considera un retroceso que el hijo no siga la trayectoria del padre.

No hay razón para que esto siga así. En vez de conformarnos con una tasa descomunal de abandono escolar en cuanto se culmina la enseñanza obligatoria, deberíamos empezar a pensar que la Formación Profesional es una salida tan legítima y noble como la universidad y que insertarse en el mercado laboral ejerciendo un oficio para el que uno se ha preparado en las aulas es tan digno -y en ocasiones está mejor retribuido- que hacerlo con una licenciatura cursada a veces a trancas y barrancas y que ni siquiera responde a una demanda real, lo que obliga a su poseedor a subemplearse y a desarrollar una labor que poco tiene que ver con el contenido de sus estudios.

Y si la sociedad ha de cambiar su escala de valores sobre los estudios, también han de hacerlo las autoridades educativas nacionales y autonómicas, que aún no han sido capaces de fijar el catálogo de oficios cualificados que necesita el tejido empresarial. De este modo, ni la oferta de FP de grado medio está racionalizada y ajusta da al mercado ni la demanda funciona por un problema de mentalidad.

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