Vivacidad del centro artístico

Hace más de treinta años hubimos de arrimar el hombro en un ilusionado corro alrededor del queridísimo Juan de Loxa

Casi simultáneamente y hace escasas fechas, se presentaba el interesante, atrayente y substancioso número 6 del Boletín del Centro Artístico de Granada -cuarta época- y una carta de entraña miserable y paradigma del peor granadinismo, una infamia maloliente e injusta a cualquier luz, rezumante de bilis y de envidia que firmaba un tal Rubén Darío y Nosequé, en una página del otro diario granadino. Yo, hoy, aprovechando el fulgor del Boletín, sólo deseo rememorar y reivindicar la vida siempre activa del Centro. De lo otro, la reprobación y el olvido.

Como es sabido por los que tenemos algún interés en estas cosas inútiles de la cultura granadina, el Centro Artístico; asociación más que centenaria en nuestra ciudad y prestigiosa en el fomento de las ciencias, las letras y las artes; quizá por simple ley de vida, a punto estuvo, hace años, de desaparecer, como así aconteció con otras agrupaciones -recuérdese el Liceo, por ejemplo- de voluntariosos granadinos, defensores de esas ocupaciones que engrandecen el alma humana.

Recuerdo, hace más de treinta -y quizá de treinta y cinco años- los heroicos esfuerzos que se hicieron, cuando el Centro era presidido por el recordado doctor José Alonso; compañero de promoción y querido amigo de mi padre, en la Facultad de Medicina; que, contando entonces con casi seis docenas de años y no pocas "goteras", no escatimó esfuerzo, junto a un puñado de comprometidos granadinos, para movilizar, pese a la escasez de viento, la vida de esta institución desbordante de historia y de prestigio. En aquellos momentos hubimos de arrimar el hombro en un ilusionado corro alrededor del queridísimo y muy recordado Juan de Loxa y su vocalía de Bellas Artes y Poesía. Tardes maravillosas aquellas de La Pecera, con las clases de granadinismo puro que nos daba aquella aguerrida Eulalia Dolores de la Higuera, con Marianita y Federico siempre entre sus labios o el sabio doctor Orozco -don Manuel- que se conocía hasta los análisis de orina de don Manuel de Falla o la fractura craneal de Ángel Ganivet.

Muy luego, tras la feliz intervención de nuestro Ayuntamiento para salvar su patrimonio documental y bibliográfico -que no era poco ni de valor escaso- el Centro pareciese que no volvería a recuperar vida propia. Ca!, no ha sido así, sino todo lo contrario, gracias a multitud de personalidades imprescindibles, con la presidencia excepcional, eficaz e ilusionante de Celia Correa. A ellos nunca agradeceremos suficientemente sus esfuerzos diarios y de todo orden. ¿O no?

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