el as en la manga

Ángel Esteban

Vocación

EL viernes pasado comí con Javier Rioyo en un japonés al lado del Cervantes de Nueva York. Me contó sus aventuras en Cuba para grabar algunas escenas de su documental sobre Ramón Mercader, el catalán que mató a Trotski. Después hablamos de Javier Cercas, al que habíamos invitado toda la semana a varias universidades de la zona, incluyendo la mía, y que esa tarde de viernes iba a dar una charla en el Cervantes. Le conté que conocí al narrador catalán hace más de veinte años en un pequeño pueblo al sur de Chicago, en cuya universidad hacíamos los dos la tesis. Y que desde entonces hemos mantenido la amistad. Cuando éramos jóvenes, indocumentados y sin curriculum, Javier Cercas solía decirme en aquellos veranos inolvidables de Urbana-Champaign, que a él las clases de español a los guiris y la tesis doctoral le importaban bien poco, que lo que a él le gustaba era encerrarse en aquella impresionante biblioteca y leer compulsivamente, porque de mayor quería ser escritor. Yo me reía, le daba dos palmadas en la espalda y le espetaba, sin disimular la ironía: "Sí, claro, yo también quiero ser escritor".

Le contaba esta anécdota a Javier Rioyo sin darme cuenta de que él es periodista, gremio al que no se le puede decir nada que uno no quiera que se sepa. Por la tarde, cuando el director del Cervantes, Javier, presentó al gran escritor, Javier, en una sala atestada de gente, con más de 150 almas, Javier el periodista aludió al narrador citando, para sorpresa del presentado, la anécdota de nuestros tiempos de doctorandos. El sábado por la tarde tuvimos una fiesta de despedida en casa de Marta, poeta española afincada en Nueva York, en un lugar de tremendas vistas, al pie del puente de Williamsburg, con el Downtown de Brooklyn de fondo. Aparte de los dos Javieres, por allí pululaban el director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, Gerardo Piña, pintores, profesores de Columbia, New York University, etc. En medio del jolgorio, Javier Cercas me dijo: "Ayer, en la presentación, Javier (el periodista) te citó y contó lo de Urbana". Yo no sabía, al principio, si era algo celebratorio o recriminatorio, pero viendo la cara de satisfacción que puso después de decirlo, supe que era lo primero. Javier estaba orgulloso de ser escritor sin haberlo sido siempre. Hace treinta años no lo era, pero ya había tomado la decisión de serlo. Y renunció a su carrera académica y a todo lo que se interpusiera en su camino para conseguirlo. Eso es la vocación. Saber sin ver. Y dirigirse hacia ello sin vacilación.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios