Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Volver a navegar

Los que vivimos en el interior tenemos nostalgia de la inmensidad que se respira junto a una orilla

Cuanto más me acerco al mar más se me vienen a la mente las metáforas sobre la vida con trasfondo marinero. "Quien no tiene rumbo no encuentra viento favorable" que tanto me gusta; o aquella de "El viento de la fortuna acompaña a los audaces"; o "primero hay que aprender a remar", que es en lo que estamos todos encadenados hasta que hemos aprendido, y cosas del tipo así, grandes frases de las que se te vienen a la cabeza cuando estás metido en las galernas de la vida y a cañonazo limpio con la caterva de corsarios demadiados o bucaneros de medio pelo de los que te vienen genial para entrenarte y hacer músculo para las verdaderas batallas de la existencia.

El horizonte del mar cuando está en calma tiene esa entidad de espiritualidad salada que serena y asusta al mismo tiempo. Los que vivimos en el interior, parapetados tras de riscos y asomados temerosos a las quebradas, tenemos nostalgia de la inmensidad que se respira junto a una orilla. De ahí que sólo la idea de un día navegar nos empape el sentido de ansias de esa libertad bajo el sol que sólo a bordo se respira.

Vale además este imaginario naviero para encajar las trayectorias propias o ajenas. Porque ves tanta vida sin rumbo, como de paquebote que, amarrado a una misma ruta da vueltas en su pequeño charco existencial sin salir nunca a mar abierto a probar la potencia de su velamen; ves también tanto frágil esquife a estribor o a babor arrimándose a los buques insignia en busca de protección; o, en fin, compruebas que tu goleta en su pequeñez tampoco está tan mal, con su autonomía, su marinería, la camaradería que se respira y esa fortuna de tener algún grumete que otea el horizonte por si se avistan arrecifes a proa o a popa.

He vivido en lugares con playas por todo el Mediterráneo, desde la Melilla donde nací a Barcelona, Alicante Motril o Málaga. En todas esas ciudades de mar he percibido una brisa humana que fluye y se renueva e interactúa bien distinta de la osca desconfianza de los pueblos de interior donde el tú de quién eres sustituye al bienvenido. Será cosa de la forja del carácter con la pertinaz contemplación de la ausencia de obstáculos que entorpezcan la vista y que permiten atisbar que hay un más allá en el que zambullirse ahora que nada queda que guardar.

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