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Esto decidimos en noviembre. Si repetimos con Zapatero, si anticipamos a Rajoy. Como hace unos años. Ustedes dirán

Digamos que como nación somos demasiado proclives a olvidar lo malo, a trazar un borrón al fracaso, a llenar de falsas esperanzas lo que, poco que nos descuidemos, nos devolverá al desierto. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si permaneciéramos sumidos en la tristeza de hace años. Diría que la esperanza es un polizón a bordo de una embarcación que a duras penas puede sobrellevarlo. Nos lastran sentimientos contradictorios y quizá por ello la historia sea un vaivén, una vuelta a lo vivido, un miedo permanente como vehículo razonable que conduce al ser humano. Miedo a perder el trabajo, miedo a perder la dignidad, miedo al paro, miedo a la miseria.

La historia cercana está en condiciones de repetirse. Los diarios calcan aquello de la ralentización de la economía, la desaceleración, la crisis. Septiembre es el peor mes de afiliación a la Seguridad Social desde 2013. Se encienden las alarmas, regresa la preocupación. Una imagen: la del drama humano, la que dibujó gran parte de nuestra sociedad en largas colas del paro.

No aprendimos suficiente. No ejercimos de nuevos ricos, cierto, pero sí nos aprestamos a una discusión territorial que, otra vez, apuntala banalmente la historia de nuestro país. Me resisto a volver a los tiempos del futuro vacío. Regresan los miedos, las ausencias, la desesperanza. Ya han puesto el parche. La economía española no es ajena al contexto internacional. Pero una vez más, llegamos tarde gracias a quienes ejercen de políticos, a quienes pervierten la dignidad del estado. Las cifras de afiliados avisan. Dos elecciones no son suficiente y el 10 de noviembre revisitaremos las urnas. Cuarenta años de democracia y seguimos siendo una sociedad que dinamita la paz, la esperanza y el progreso.

Perseguimos nuestra Constitución. Destrozamos nuestra integridad territorial. Dedicamos los recursos económicos a construir embajadas de autonomías en el extranjero. Justificamos el destrozo y la algarabía callejera con una ideología que lo exige. Así tapamos nuestra realidad. Así, nadie pregunta si dos años sin ponernos de acuerdo en un presupuesto que anticipe la crisis, no debe cuestionar que algo, mucho, no hicimos bien.

Ante ello, deberán venir tiempos de seriedad, de gobiernos que sean capaz de llevar a buen puerto tanta incertidumbre económica, de gobiernos transparentes, que no prometan lo que no pueden prometer, gobiernos cuya responsabilidad de estado estén a salvo de discursos malintencionados. Templando gaitas, con responsabilidad y cordura, que decidan y acomoden lo que debe y quiere ser este país. Sólo eso debe conducirnos: vivir en paz y vivir con dignidad. Tantos años de historia no pueden arrojarse por la borda. Tantos malos ejemplos no pueden llenar de vergüenza el tiempo que nos tocó vivir. Se lo debemos a quienes ya sufren la crisis. Le debemos nuestra solidaridad, la seriedad de nuestro voto, la rigurosidad de nuestra opción que deberá devolverles la esperanza y un trabajo digno.

Esto decidimos en noviembre. Si repetimos con Zapatero, si anticipamos a Rajoy. Como hace unos años. Ustedes dirán.

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