EL presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, participó ayer en Washington en el Desayuno Nacional de Oración, una ceremonia de origen religioso que concita el interés de los círculos políticos y económicos de la capital estadounidense. En esta ocasión Zapatero era uno de los invitados especiales del presidente Obama y, en tal condición, se dirigió a un auditorio de 3.500 personas pronunciando la plegaria habitual en el evento. Además de sus referencias a la Alianza de las Civilizaciones, la libertad y la tolerancia y la autonomía moral de cada individuo, el presidente recordó a las víctimas del terrorismo y del terremoto de Haití y centró su oración en la tarea más apremiante de los gobernantes del mundo actual: la creación de empleo que garantice los derechos de los trabajadores. Se sirvió para ello de una cita de la Biblia, concretamente del Deuteronomio, que ordena no explotar al jornalero pobre, "ya sea uno de tus compatriotas o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país". Zapatero adaptó su discurso a la ocasión y a la concurrencia, ya que se hace difícil pensar en una intervención presidencial de este tono en nuestro propio país. La expectación despertada por este Desayuno de la Oración sólo puede explicarse en el contexto de la decepción causada por el anuncio de la Casa Blanca de que Obama, contra lo que había dado por seguro el Gobierno español, no acudiría en primavera a la cumbre UE-EEUU en coincidencia con la presidencia rotatoria de la Unión Europea, que corresponde a España durante este semestre. Portavoces del Gobierno, y también Sarkozy, han restado importancia a esta ausencia, alegando que lo importante es el afianzamiento de las relaciones amistosas entre Europa y la gran potencia norteamericana. Pero precisamente el hecho de que Barack Obama no viaje a Madrid es un reflejo no sólo de que el presidente, que pasa por un mal momento de popularidad en su país, ha preferido dedicar todas sus energías a la política doméstica, sino también de que Washington no percibe a la UE como un interlocutor preferente, por la falta de una política exterior unitaria y decidida.

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